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martes, 10 de marzo de 2015

¿Qué puedo decir de mi casa? Sacrificio y humildad

Por Jodor Jalit

Hace poco más de un año retorné de Líbano tras haber pasado el invierno más cálido de mi vida. Tres años me llevó realizar el plan, pero el final me sorprendió igual. Volví antes de lo pensado, como quien no quiere asumir lo inevitable. 

La ubicación y el precio es lo más reconfortante. Es un piso con cuatro habitaciones, tres de las cuales se encuentran alrededor del salón de estar. La última habitación se encuentra al lado del baño, sobre el pasillo que une al salón con la cocina. Tiene tres balcones, uno angosto y largo sobre el lado este; los otros dos, son cortos y anchos sobre el lado sur.

El estado general del hogar es precario. Humilde. Tanto la cocina como el baño muestran señales de deterioro y falta de aseo. A las paredes de la cocina las adorna un collage de salsas multicolor. El baño es una amenaza bacteriológica, cubierta por sarro y un rancio aroma que retuerce las narices.

Doy fe de que Anwar tomó la iniciativa para mejorar el hogar tras habitar el último cuarto y despojarlo de cuanta porquería allí había. Él dio el puntapié inicial, porque al dejar la bazofia en la sala nos puso al resto de sus compañeros bajo la obligación moral de culminar el proceso de desecho.

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Para darle al lector una idea clara de la envergadura de la tarea, Anwar depositó cinco bultos, hechos con sábanas y frazadas viejas. Cada uno tenía la forma que le daban los elementos varios en ellos contenidos. Algunos pesaban más, otros menos, y los trapos se estiraban al máximo. La incomodidad de tener que descender dos pisos por angostas escaleras hizo necesario un plan de acción alternativo.

Tras más de 10 mudanzas obtuve una especialización en la técnica del deshecho, y tomé la oportunidad como un desafío a mis credenciales. Propuse entonces que los bultos fueran arrojados desde el balcón hacia la calle. Era un segundo piso, unos 5 metros de altura. Una vez en tierra los bultos, los acercaríamos a los contenedores ubicados en la esquina.

Quisiera tomar un momento para resaltar las consecuencias del evento, porque el plan no consideró el contexto cultural. Luego del corto pero estremecedor estruendo realizado por el primer bulto, uno de los vecinos salió a su balcón para realizar las averiguaciones del caso. Una vez recibido el parte de Bashir, quien en un gentil árabe le explico la Operación Despojo, el curioso retorno al interior de su vivienda.

Al primer bulto, le siguieron cuatro más con diferente repercusión, y la infaltable explosión de algún ítem de vidrio. Y una vez terminado el lanzamiento, reunidos Bashir, los bultos y yo en la planta baja, se acercaron dos hombres. Uno de uniforme mimético blanco, gris y negro –policía de Líbano, y otro de civil–miembro del servicio de inteligencia; ambos parte del dispositivo de seguridad del exPrimer Ministro Fouad Siniora. El segundo nos cuestionó, pero al no entender lo que decía dejé hablar a Bashir; yo no le presté mucha atención y me dediqué a correr los bultos al otro lado de la calle. Mientras, el civil comunicaba por una radio de corto alcance la Operación Despojo a sus superiores.

Ninguno de los dos extraños abandonó nuestras proximidades. Minutos más tarde, dos policías subían la inclinada calle desde la esquina. A cada uno lo acompañaba un ovejero alemán olfateando los automóviles al costado de la calle a medida que escalaban el asfalto.

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Ya más cerca ellos de nosotros, nos percatamos de las diferencias entre ambos caninos. Uno tenía el aspecto de cualquier ovejero alemán. Lomo de color negro, con pecho y patas amarillas. El otro, tenía el lomo colorado y pecho negro dándole un aspecto de hiena. Además, era tan flaco y tenía tan poco pelo que se podían contar sus costillas.

Mientras se acercaban y Bashir charlaba con uno de ellos, llevé uno de los bultos hasta el contenedor en la esquina opuesta. Volví entusiasmado y con ganas de agarrar el segundo, cuando me percaté de la presencia de los soldados. Algo iban a hacer, pero ¿Qué? El misterio se develó con el grito de ¡Halas! (¡alto!).

Todas mis válvulas de retención se apretaron con fuerza, y los músculos de mi cuerpo se tensaron, dejándome inmóvil por unos cuantos segundos. Durante esa pausa, los soldados aprovecharon para hacer que sus caninos olfateen los bultos. Terminada su tarea, me invitaron a continuar con la mía.

La Operación Desecho fue mi segundo encuentro con fuerzas de inteligencia en Líbano. ¡Y tan solo llevaba un mes allí! Una anécdota que permitió a tres libaneses y un argentino, afianzar un lazo de amistad que continúa hasta el día de hoy, y alimenta mis deseos por volverlos a ver. Una tarea que consumirá, como la limpieza de un departamento próximo a la demolición, todo mi sacrificio y humildad.

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