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miércoles, 11 de febrero de 2015

Adicto en Líbano

Por Jodor Jalit

Con cierta frecuencia me toca explicar los motivos de mi viaje a Líbano. Y la respuesta siempre comienza con un “Fueron varias razones.” Primero, el cliché de conocer  el origen de mis bisabuelos paternos—familia. Segundo, para continuar mi carrera académica—educación. Y tercero, por mi interés en los conflictos armados—profesional. Ésta última es la que me llevo a visitar el barrio sur de la capital libanesa, Dahieh, centro y base de las actividades de Hezbollah.

El paso del tiempo me ayudó descubrir las actividades que me generan adrenalina. Así es que la combinación entre espíritu curioso y predisposición por la experimentación, me llevó a evadir la zona de confort repetidamente.

Todo eso tuvo mucho que ver con mi decisión de viajar al Líbano, pero dividió a mis interlocutores. Unos me apoyaron tímidamente, otros afirmaron mi locura, y el resto, encuadro mi decisión dentro de una crisis personal.

A todos ofrecí los mismos motivos para mi viaje: sangre, educación y profesión. Pero a todos escondí mi adicción por la adrenalina, porque confirmaría mi estado de locura. Para ser totalmente honesto, estaba aburrido de mi vida apática en Buenos Aires. Quería volver a sentir la adrenalina de vivir.

El sur de la ciudad

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Beirut es un peñón en el extremo oeste del Mar Mediterráneo. La ciudad está acordonada por una cadena montañosa desde el noroeste hacia el suroeste, formando un triángulo con la base en la parte superior. Al sur de la avenida Saeb Salam-Pierre Gemayel se ubica Dahieh—suburbio en árabe—sobre una planada triangular entre la costa y la montaña.

Al igual que barrios como Avellaneda o Lanús, Dahieh creció con la llegada de gente del interior del país. Ese afincamiento en el sur de la ciudad libanesa, fue posteriormente reforzado por refugiados Palestinos a partir de 1948. Así es como chiítas y palestinos llegaron al sur de Beirut; unos huyendo miserias económicas, otros la injusticia del destierro.

Cuatro zonas componen el barrio de Dahieh: Furn Al Chebak, Chiyah, Ghobeiry, Borj Al Brajne y Haret Hraik. Al igual que en el sur del país, en el sur de la ciudad, la presencia de Hezbollah y Amal es evidente. Las banderas de color amarillo, otras tantas de color verde, y los afiches de mártires marcan el territorio.

En las calles de Dahieh

Acordé encontrarme con Hasan en el bar Moscow Mule a las 7pm. Luego de unas cervezas y entrada la noche, partimos hacia el sur. Durante el corto viaje que separan a los barrios de Hamra y Dahieh, comencé a sentir un vértigo emocional.

Cruzamos la avenida Saeb Salam-Pierre Gemayel y nos detuvimos en el puesto de control. Todas las entradas a Dahieh son celosamente vigiladas, por militares o milicianos. Erizo checo (caballos de frisia), barreras  verticales y horizontales, casillas de guardia y fusiles semiautomáticos adornan cada acceso al barrio.

Los soldados nos ordenaron estacionar a un costado de la calle y abandonar el vehículo. Rápidamente rodearon el coche, y apenas bajé del vehículo, un fusil Kalashnikov me apuntaba al pecho. La adrenalina me llevó a un estado difícil de explicar, donde se mezclaron el miedo y la emoción.

Entregamos los documentos a dos soldados, mientras un ovejero alemán registró el automóvil y un tercer soldado revisaba el baúl. Hasan comenzó a dialogar con los soldados y le contó que la requisa estaba  asustando al visitante argentino. “¿Aryentini?,” preguntó un soldado. “E n3am,” respondí tímidamente y agradecí a D10s (Diego Maradona) por existir. Una vez más la invocación de su nombre me dio paz, y la adrenalina un respiro a mi corazón.

Terminada la inspección, abordamos el auto e ingresamos a Borj Al Brajne. Al horizonte lo cortan edificios de no más de 6 pisos que dan forma a cuadras irregulares, bordeadas por una fusión de calles y veredas de unos 8 metros de ancho. La iluminación era escasa, pero se podía distinguir el desplazamiento a paso redoblado de túnicas negras. La adrenalina volvía a dispararse tras pensar que allí Hezbollah es la única autoridad.

Ayer deseo, hoy realidad

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Tras perdernos por las calles interiores, arribamos al domicilio de Hassan en Haret Hraik. Ascendimos unos pisos para entrar al pequeño zaguán, que sirve de acceso a un amplio salón alfombrado. En una de sus paredes hay dos cuadros colgados; uno de Alí y otro de su hijo, Husein. Su presencia evidencia la práctica del credo islámico de escuela shiíta.

Luego de conocer a la familia, un amigo de Hasan se sumó a la cena. Allí estábamos los tres: Hasan, su amigo y yo. El plato era mloukhieh, y el tema de charla Hezbollah. Todos alabamos al grupo militar y partido político. Recordamos su origen, sentido de existencia, y batallas contra Israel. La adrenalina me quitó el hambre, pero no la curiosidad.

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Terminada la cena, nos dirigimos al centro de Haret Hraik donde se ubica la base política de Hezbollah. Visité el sitio donde detonaron dos coches bombas. Me rodeaban veredas quebradas, columnas de iluminación inclinadas, paredes negras de hollín, y otra a medio derrumbar.

De allí nos dirigimos al centro político de Hezbollah. La seguridad era notoria. Rejas altas y caballos de fresa con alambres de púa rodeaban el edificio que era celosamente recorrido por civiles armados.

El cielo permanecía oscuro y las calles aún más pero mi alma brillaba por la adrenalina de un estado de éxtasis emocional. Porque el deseo de visitar uno de los barrios más emblemáticos de Líbano se hizo realidad.

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