Ante la ética del conquistador
¿Qué sociedades hemos construido cuando el discurso dominante logra transformar una matanza sistemática, cruenta y vengativa en un simple acto de “legítima defensa”?
Las masacres que ejecuta el Estado de Israel sobre la población de la Franja de Gaza no se detienen. Con pavorosa impunidad, los datos numéricos se incrementan a diario, aunque configuran un marco cualitativamente inalterable: el saldo humano y el nivel de destrucción es catastrófico.
La humanidad de las personas palestinas ha sido puesta en duda. Representarlos como salvajes allana el camino para desatar sobre ellos una represión fuera de todo orden moral. Ser llamados “animales humanos” coloca a los palestinos en una categoría de subhumanidad y permite presentar las acciones sociales genocidas -asesinar niñas y niños, mujeres, adultos mayores y personas no combatientes; dejar sin agua, alimentos, medicinas, luz y asistencia humanitaria al pueblo gazatí entero- como parte de una simple estrategia militar.
¿Qué sociedades hemos construido cuando el discurso dominante logra transformar una matanza sistemática, cruenta y vengativa en un simple acto de “legítima defensa”?
Nada justifica atacar a la población civil de ningún territorio. Ninguna frontera geográfica, política o religiosa debería convertirse en una línea divisoria de humanidades.
Hamas cometió crímenes de guerra. Sin peros, sin justificativos. Rechazar de manera taxativa aquellos actos nos convierte en seres humanos, en personas capaces de sentir el dolor de nuestros semejantes.
En simultáneo, se hace necesario volver sobre el contexto de despojo colonial y ocupación ilegal que acompaña al pueblo de Palestina hace décadas; esta comprensión es la única herramienta racional que tenemos para buscar una salida a tanta degradación de la condición humana.
Quien tiene el poder de la narración dicta, reordena y hace circular los significados. Resulta aplastante la violencia simbólica con que se relatan los hechos. La violación sistemática de los derechos del pueblo palestino desde hace 75 años es presentada como parte de un conflicto o de una guerra.
La cuestión central en torno a Palestina consiste en el fin de la ocupación militar por parte de un Estado que impide el ejercicio del derecho a la libre determinación de su pueblo; principio garantizado por la Carta Fundacional de la Organización de las Naciones Unidas (1945), la Carta Internacional de Derechos Humanos (1966) y el Protocolo Adicional I a la Convención de Ginebra (1977).
Deberíamos saber que el imperdonable pecado de los palestinos es existir. Se los humilla, hostiga, aisla, debilita, apresa y mata por ejercer el sumud, la perseverancia y el arraigo a su patria. El hecho de ser en su tierra resulta un obstáculo para el proyecto de colonialismo por sustitución poblacional desarrollado por el movimiento sionista y su Estado.
Una nueva limpieza étnica se está desarrollando en Gaza; la verdad se impone: la tercera generación de desplazados, la tierra nuevamente arrasada, la posibilidad de volver, anulada. ¿Quién copará esa porción de tierra conquistada? ¿Cuán más invivible se les hará la vida a los palestinos?
Toda la Franja de Gaza está incomunicada. El Estado de Israel atacó la infraestructura que permitiría evidenciar las tragedias que allí están sucediendo. ¿Qué fines persigue el aislamiento físico y social? ¿Qué límite ético están traspasando los verdugos que necesitan ocultar sus saldos de muerte?
Junto al ilustre filósofo Enrique Dussel nos afirmarnos en una ética de la vida; lo que implica el deber moral de cambiar las cosas para que vivan los que no pueden vivir. Una ética que asevera que todo acto humano tiene que ver, en última instancia, con la producción-reproducción de la vida humana en comunidad.
Sin embargo, existen filosofías supremacistas y conquistadoras que también ubican a la vida en el centro; pero no se trata de la vida de universal sino de la vida de una nación, de un grupo étnico, de una congregación religiosa o cualquier otro colectivo humano
No la vida para todos, sino la vida que resulta de la selección natural: los más aptos para competir sobreviven, los demás perecen.
Ante esta forma de darwinismo social que amenaza la existencia de los pueblos y las culturas debemos afirmar la paz; como valor que rija en las relaciones internacionales y como derecho humano de todas las personas y comunidades humanas.
Todos tenemos derecho a una paz justa y duradera que implique -como sostiene la UNESCO- no sólo ausencia de conflicto, sino también el derecho a la resistencia contra la opresión de los regímenes que violan los derechos humanos y el derecho a la justicia, a la verdad y a la reparación efectiva que asiste a las víctimas de tales vulneraciones.
Con Edward Said afirmamos que los principios universales que deben regir la tarea de todo intelectual consisten en considerar que todos los seres humanos tienen derecho a esperar pautas de tratamiento razonables en lo que respecta a la libertad y la justicia por parte de los poderes del mundo. Las violaciones deliberadas o inadvertidas de tales normas deben ser denunciadas y combatidas con valentía.
Entonces, no sólo deben descolonizarse los Territorios Palestinos Ocupados. También debemos descolonizar las mentes que entienden posible semejante salvajismo presentado como legítima defensa.
El desgarramiento que sufre el pueblo palestino pesará sobre la conciencia de la humanidad: mantenernos distantes y en silencio frente al genocidio en curso, nos convertiría en cómplices de la degradación humana.
► Gabriel Sivinian es Licenciado en Sociología (UBA), Profesor de Sociología y Coordinador de la Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
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