De Flores a Rafah: el Papa Francisco y su legado en Gaza
Francisco, el primer pontífice latinoamericano y jesuita, marcó su papado con un profundo compromiso hacia los pueblos que sufren. Gaza, y particularmente la situación del pueblo palestino, ocupó un lugar central en sus oraciones, palabras y gestos. Hasta el último día de su vida, su mensaje fue claro: humanidad, justicia y paz.
Francisco , fallecido hoy lunes 21 de abril de 2025 a los 88 años, será recordado como una figura espiritual que no esquivó el dolor del mundo. Nacido Jorge Mario Bergoglio en el barrio porteño de Flores, supo desde su origen humilde conectar con los marginados. Ese impulso no lo abandonó nunca, ni siquiera cuando ocupó el sillón de Pedro, al frente de la Iglesia católica.
En sus últimos años, la Franja de Gaza fue una herida abierta que tocó profundamente su sensibilidad. Mientras gran parte del liderazgo internacional se movía con cautela frente al conflicto, Francisco mantuvo una postura clara: pidió en reiteradas ocasiones un alto el fuego, llamó a garantizar corredores humanitarios y expresó un dolor genuino por el sufrimiento de la población civil.
Uno de los gestos más íntimos y poderosos de su pontificado ocurrió lejos de los focos de las cámaras: desde octubre de 2023 y durante más de un año, el Papa llamó diariamente a la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza, donde más de 600 personas —cristianas y musulmanas— se refugiaban de los bombardeos. Cada día, a las 19 horas, preguntaba cosas simples y esenciales: “¿Cómo están?”, “¿Qué comieron hoy?”, “¿Hay medicinas?”. No era un acto protocolar. Era la presencia pastoral más pura. Un puente humano entre el Vaticano y una Gaza asediada.
El contenido de sus homilías y mensajes públicos acompañó esa misma línea. El 29 de octubre de 2023, durante el rezo del Ángelus, dijo con firmeza: “¡La guerra es siempre una derrota!”. Más adelante, en diciembre de ese mismo año, denunció el colapso de los hospitales, la falta de agua potable y el hambre como consecuencia directa del conflicto, insistiendo en la necesidad de “encontrar caminos valientes hacia la paz”.
Ya en 2024, el Papa dedicó varios de sus discursos semanales a la situación en Gaza. El 3 de marzo, pidió con voz quebrada por un “cese al fuego inmediato”, y cuestionó: “¿De verdad creen que así van a construir un mundo mejor?”.
Uno de los gestos más significativos de su pontificado ocurrió en diciembre, cuando el Vaticano presentó su pesebre navideño con el Niño Jesús envuelto en una kufiyye palestino, tallado por artesanos de Belén. La imagen, acompañada de una estrella con inscripción en árabe y latín, recordaba el lugar de origen de la familia de Jesús y su conexión con el presente.
Incluso en los momentos en que su salud se debilitaba, el Papa no se alejó de Gaza. El 23 de marzo, aún convaleciente y hablando desde la ventana del hospital Gemelli, volvió a referirse a la situación en la Franja, lamentando los “bombardeos pesados” y la grave crisis humanitaria.
El domingo de Pascua, horas antes de su fallecimiento, Francisco dio su última bendición Urbi et Orbi. Allí, nuevamente, volvió a dirigir su atención hacia la tierra donde nació Jesús: “Pido una vez más un alto el fuego inmediato en la Franja de Gaza. Que la comunidad internacional actúe. Que ayude a un pueblo hambriento que aspira a un futuro de paz”.
Desde Plaza Flores hasta Rafah, la voz del Papa argentino resonó con la fuerza de los profetas antiguos. En su mirada, Gaza no fue una estadística, sino una herida del mundo que merecía ternura, escucha y justicia.
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