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martes, 21 de marzo de 2017

Siria año siete: Todavía sufriendo pero digna y en pie

Por Pablo Sapag M. (*)

Tras su visita a la República Árabe Siria, el analista efectúa una síntesis del cuadro actual de la crisis que aqueja al país.

Damasco.- Volver hoy a Siria es palpar los estragos de una crisis que iniciada en marzo de 2011 se adentra ya en su séptimo año. Un tiempo en el que han muerto decenas de miles de personas. Millones más se han convertido en desplazados dentro y fuera del país. Buena parte de las infraestructuras que con esfuerzo Siria construyó tras liberarse del dominio turco y francés, están hoy destruidas.

Lo que sigue funcionando lo hace con las dificultades que suponen las sanciones económicas de los países occidentales y del Golfo Pérsico y que impiden comprar repuestos y menos aún renovar equipos. Por eso la Media Luna Roja Siria y Cáritas de Alepo denuncian un aumento alarmante de muertes por cáncer porque después de tanto tiempo muchas máquinas de quimio y radio terapia ya no funcionan.

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Por eso también en el aeropuerto de Damasco casi solo se ven aviones Ylisuhin y Tupolev de fabricación rusa. La mayoría de los Boeing y Airbus están en los hangares por falta de repuestos. Pese a todo, los históricamente afamados pilotos y otros funcionarios de Syrianair se esmeran tanto o más con los escasos vuelos desde y hacia Damasco como lo hacían con las decenas de operaciones que atendían diariamente antes de la crisis, cuando Siria recibía más de ocho millones de turistas al año.

En Alepo, los barrios del este que desde el fantasmagórico aeropuerto solo abierto intermitentemente conducen al centro de la milenaria urbe del norte sirio están destrozados. Llama la atención las naves industriales derruidas y hoy carentes de unas máquinas que los empresarios locales denuncian fueron robadas y trasladadas a una Turquía que siempre ambicionó para sí a la grandiosa Alepo y Siria entera.

La tragedia alepina empezó en julio de 2012, cuando los barrios del este fueron tomados al asalto por grupos armados. En el momento de su liberación en diciembre pasado por el Ejército Árabe Sirio, estaban casi por completo en manos de organizaciones yihadistas consideradas terroristas por la ONU o la Unión Europea. Unos barrios que evidencian el trasfondo de lo sucedido en muchas ciudades sirias.

Al no contar los grupos armados con un apoyo ciudadano masivo que les hubiera dado el gobierno, se atrincheraron a la fuerza en el perímetro exterior de los mismos impidiendo salir a la población. Desde ahí enfrentaban a las fuerzas del Estado, que no podían tomarlos al asalto al haber en esos barrios miles de civiles. Por eso la liberación de los del este de Alepo, o los de Hamidiyeh, Bustan Diwan, Bab Hood o Al Waer en Homs; o Daraya y Moadamiyah en Damasco tardó tanto.

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Muchos pueblos, ciudades y barrios volvieron al control del Estado gracias a los procesos de reconciliación nacional impulsados por el ministro de la cartera de igual nombre. Se trata del opositor y líder de una de las ramas del Partido Nacional Social Sirio (Qawmi Suri) Ali Haidar. Fue nombrado por el presidente Bashar Al Asad a mediados de 2012, meses después de que su hijo fuese asesinado por insurrectos locales o yihadistas extranjeros cerca de Maysaf en un incidente similar al que costó la vida al hijo del Gran Muftí Ahmed Hassun.

El ministro no se cansa de repetir a todos sus visitantes que su trabajo es el resultado de un compromiso patriótico, del interés porque Siria salga adelante. Lo hace, en definitiva, “por el futuro del país, aunque tengamos visiones diferentes con el partido Baaz del presidente Asad. Diferencias que cuando pase la emergencia volveré a plantear”.

El trabajo de Haidar ha impactado a un grupo de diputados del Parlamento Europeo que lo han visitado estos días. Contando con toda la confianza del presidente Asad, el ministro y su equipo facilitan la pacificación de barrios y pueblos en toda Siria. Para ello trabajan con el mediador que los grupos armados designan. Puede ser un líder religioso, un jefe tribal, un intelectual o quien sea, dentro o fuera de Siria.

Después de establecer el contacto y la confianza, a los militantes se les ofrece amnistía si deponen las armas. También la posibilidad de regularizar su situación militar si habían desertado o no se habían presentado al servicio militar. Lo que más llamó la atención a los europarlamentarios es que aquellos que desean seguir combatiendo al Estado pueden irse con sus armas a la provincia de Idlib o a otras zonas aún fuera del control estatal. En palabras del presidente de la delegación europea, el diputado español de Izquierda Unida Javier Couso, los procesos de reconciliación nacional son “algo inédito que deberíamos apoyar porque es una forma de reconciliar cuyo funcionamiento ha sido reconocido por la ONU”.

Hasta la fecha casi cien zonas se han beneficiado. Cerca de 80.000 sublevados han sido amnistiados y 30.000 presos liberados. Todo en el marco de unos mecanismos genuinamente sirios que se inspiran en la realidad y la cultura del país. En Siria los líderes religiosos y tribales juegan un papel muy importante. El concepto de karama (dignidad) es la otra pata de los procesos. En la cultura siria siempre hay que ofrecer una salida digna al adversario. Para unos su vuelta a la vida normal, incluso incorporándose a las fuerzas armadas o a la policía. Para los otros, la posibilidad de salvar la cara ante los suyos marchándose a otro sitio sin haberse rendido. Karama en estado puro.

Los procesos de reconciliación nacional han permitido ya la vuelta de decenas de miles de personas a sus lugares de origen. Ello se ve facilitado por la dinámica militar del conflicto, reflejo a su vez de la debilidad y fragmentación política de unos grupos que sin apoyo exterior poco habrían hecho. De ahí la táctica del atrincheramiento en barrios y pueblos. Mientras dura, es propagandísticamente útil para ocultar la incapacidad de esos grupos de ofrecer al menos gobernabilidad municipal.

Para los medios, la excusa perfecta para acusar de sitiadores a quienes estaban obligados por ley a liberar los barrios y rescatar a sus vecinos. Solo la paciencia (sabri) ha permitido al Gobierno y al Ejército soportar semejante presión mediática, ajena también a la realidad de que solo el perímetro exterior de los barrios está totalmente inutilizado. El interior de los mismos es habitable tras el desescombro y, sobre todo, tras el levantamiento de las sanciones y la reanudación de los servicios básicos.

En eso está el Gobierno sirio. Nada más liberar el Ejército las plantas de agua de Wadi Barada (Damasco) y Jafsa (Alepo), los funcionarios de un Estado que nunca ha dejado de cumplir sus obligaciones ni de pagar a sus empleados unos sueldos en unas liras sirias terriblemente devaluadas, se esmeran en reanudar el servicio. Luz y agua, aunque solo sea unas horas, devuelven poco a poco la vida pero también facilitan las operaciones militares hacia las zonas aún bajo control terrorista, por ejemplo Raqqa. Las tropas también necesitan agua.

Agua para vivir y para derrotar al terrorismo, hoy en desbandada en los frentes abiertos, pero golpeando un día sí y otro también en las ciudades. Cuando no es en Homs, es en Jableh o en Latakia, si no en Damasco. Por eso a veces cada doscientos o trescientos metros hay un control militar o policial exhaustivo, incluso en el laberinto peatonal de la ciudad vieja de Damasco. Pese a las enormes barricadas de tierra y piedras que bloquen la avenida que desde el único barrio damasceno aún controlado por las organizaciones armadas (Jobar) lo conecta con la Plaza de los Abasidas, las infiltraciones a veces son inevitables.

De allí, o de otros lugares, pueden entrar terroristas suicidas que con un cinturón bomba matan a decenas de personas alterando una normalidad en la escasez que resulta asombrosa, por ejemplo en la esquina de las avenidas de la Argentina y Brasil en pleno distrito damasceno de Muhajereen. Allí, un obelisco bien cuidado recuerda el Bicentenario de una Argentina que como el resto de América Latina, siempre ha estado unida a una Siria donde la yerba mate introducida por los emigrantes sirios retornados se consume tanto como en el Cono Sur.

Es esa mentalidad fanática de los terroristas que alteran la normalidad, la que el presidente Bashar Al Asad asegura a todos sus visitantes llevará tiempo desterrar. Después del último disparo, reflexiona el Presidente, habrá que trabajar mucho por mejorar el sistema educativo sirio. Para que los jóvenes sean capaces de analizar y nunca más permitan que doctrinas contrarias a la milenaria cultura multi-confesional siria se infiltren en su mente a golpe de petrodólares.

Consciente de la gravedad de lo vivido y lo que queda, el Presidente cree que el propio sufrimiento de estos años hará que para la próxima los sirios estén más prevenidos. También que cuando inicien la reconstrucción material del país lo hagan teniendo presente el alma de Siria para que sus ciudades sigan siendo las de Bilad Al Sham. Las de la cohabitación étnica y confesional. Las del arabismo y la dignidad.

 

 

(*) Pablo Sapag M. es profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid.

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