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martes, 22 de marzo de 2016

Reflexiones sobre la Crisis del Golfo (Parte 3)

Por Saad Chedid

En el marco de un seminario para debatir la invasión de Iraq por parte de EEUU en 1991, el Profesor Saad Chedid, ofreció las siguientes palabras que se visten de una llamativa actualidad.

¿Y cuál es el papel de Estados Unidos de América, hoy, en el Golfo?

Voy a eximirme de hacer apreciaciones personales, y les compartiré párrafos de artículos aparecidos en el diario El Clarín, de autores estadounidenses que, sin duda, tienen mayor autoridad que yo para expresarse sobre el conflicto de su gobierno con el Mundo Árabe.

El primero de ellos es de Arthur Schlesinger, Jr., una de las máximas expresiones entre los historiadores políticos de Estados Unidos -quien fuera asesor de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson-, que apareció el día 4 de noviembre de 1990, pág. 6, y que dice así:

"Estados Unidos no es, necesariamente más sabio que sus aliados. El presidente Bush bien podría escuchar algunos buenos consejos de parte de sus aliados (si es que está dispuesto a escuchar). ¿Podemos estar seguros de que sabemos mejor que nadie cómo manejar el conflicto de Oriente Medio?

Difícilmente puede Washington jactarse de 'infalibilidad' cuando se habla de esa misteriosa parte del mundo. Los estadounidenses no se expusieron mucho -históricamente- en la región (unos pocos misioneros en el siglo XIX, algunos petroleros en el siglo XX, y eso es todo).

Los británicos y los franceses -por el contrario- tienen mucha más experiencia operacional en el Oriente Medio, y una tradición erudita mucho más sólida en cuestiones islámicas y árabes. Además, el Departamento de Estado no cuenta con expertos en Oriente Medio que puedan compararse con los expertos soviéticos que tenía en el pasado. Gente como George Kennan y Charles Bohlen, o las 'viejas manos de China' que John Foster Dulles expulsó del servicio público.

En Oriente Medio, los estadounidenses 'andan a tientas' en la oscuridad. Sin saber qué hacer. Simplemente no conocemos el terreno, y es por eso que hacemos tantas cosas mal. Después de haber fortalecido a Saddam Hussein, ahora lo llamamos 'otro Hitler'. Después de 'tronar' en contra de Hafez Assad de Siria, ahora lo recibimos en nuestro regazo.

En el pasado, Washington nunca fue muy inteligente en Oriente Medio. ¿Por qué, entonces, estamos ahora tan seguros de que Washington sabe cuál es el mejor camino a seguir?"

El segundo artículo del que tomaré unas breves líneas, es del ex presidente Richard Nixon, y apareció el 13 de enero de 1991, en las páginas 5 y 6:

"Nosotros estamos en el Golfo Pérsico por dos razones básicas. Primero, Saddam tiene ambiciones ilimitadas de dominar una de las más importantes áreas estratégicas del mundo. Cuando el senador Bob Dole dijo que estábamos en el Golfo por el petróleo, y el secretario de Estado, James Baker, expresó que estábamos por los empleos, ambos fueron criticados por justificar nuestras acciones pura y exclusivamente en el campo de los intereses. Pero no debíamos pedir disculpas por defender nuestros intereses económicos vitales."

Y, por último, también compartiré algunos párrafos del artículo de Ramsey Clark, ex procurador general de Estados Unidos de América. Este apareció el 23 de agosto de 1990, en la página 20, del mismo diario citado más arriba:

"Pocas decisiones presidenciales de la historia norteamericana han sido tan peligrosas y arbitrarias como la del presidente George Bush, al enviar tropas al Golfo Pérsico... Un dictador militar no habría sido menos ecuánime. Nadie ha cuestionado si la decisión del presidente es constitucional. Es que ya estamos tan habituados a las acciones arbitrarias del Salón Oval: la invasión de pequeñas naciones como Panamá y Granada, el bombardeo de ciudades dormidas de Libia... La cuestión de la constitucionalidad, de la ley y las instituciones democráticas, sencillamente, no se plantea.

La precipitada autoproclamación del presidente en el cargo de vigilante del Golfo Pérsico también ha contrarrestado toda posibilidad de que el problema de la invasión iraquí a Kuwait se resolviera mediante el esfuerzo del mundo árabe, de los gobiernos regionales o de las Naciones Unidas.

El gobierno ha logrado convencer a las Naciones Unidas de imponer sanciones y comprometido la participación de distintas naciones deudoras y dependientes de  Estados Unidos.

En favor de la paz, la ONU debe actuar en forma independiente del control de las superpotencias. Pero aún en el caso de que  Estados Unidos ubicara sus 250 mil soldados, sus portaaviones, tanques y armamentos detrás de la bandera de la ONU, nunca podremos enmascarar el verdadero papel de los estadounidenses en esta intervención colosal y peligrosa.

A nadie escapa que la cuestión es el petróleo. No el nuestro, claro, sino el petróleo del Golfo. Si no lo hubiera de por medio, la reacción de Washington a Iraq habría sido similar a la del ex secretario de Estado, Henry Kissinger, ante el estallido de la guerra Irán e Iraq: que se maten entre ellos.

Por cierto, esta no es la primera vez que un país ajeno al Mundo Árabe emplea la fuerza para garantizarse sus recursos naturales e imponer una política foránea. A lo largo de este siglo, el Golfo Pérsico y Oriente Medio han sido despojados una y otra vez en las mesas de las potencias extranjeras. Las acciones que ignoran olímpicamente el arraigado odio antiestadounidense de los pueblos de la región no hacen más que desestabilizar a los gobiernos locales, fomentando el extremismo e impidiendo todo cambio pacífico.

¿Hasta cuándo el pueblo estadounidense, que no tiene voz para decidir su destino, soportará las consecuencias de una Presidencia imperial?"

Las causas de la intervención no podrían estar mejor y más explicitadas que en los textos de estos tres artículos. Los nombres y los cargos de sus autores me eximen de todo comentario.

Nota: Visite aquí la primera y segunda parte de esta nota.

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