Mil y una noches de sangre
La exitosa novela Las mil y una noches atrapa con su historia, pero también con sus hermosos paisajes. Tanto que resulta imposible dejar de admirar su belleza. Estambul deleita a los televidentes con sus costas, su mar, su ciudad, su arquitectura y su arte; parece una ciudad de ensueño. Sin embargo, el enamoramiento se interrumpe cuando se advierte que hace casi cien años en esa misma ciudad comenzó oficialmente el genocidio contra los armenios.
El 24 de abril de 1915 más de quinientos miembros de la comunidad armenia fueron detenidos en Estambul. Todos ellos eran distinguidos escritores, maestros, periodistas, religiosos y poetas. Esta medida buscaba privar al pueblo armenio de sus jefes y órganos ilustres. Además, decapitando a estos, se impediría que las noticias del interior llegaran a conocerse en Europa. Luego, el objetivo fue lograr la deportación letal de los armenios sin ruido ni resistencia, y conseguir la expansión territorial de Turquía.
Así, más de un millón y medio de armenios, sin distinción, fueron obligados a emprender la marcha forzada por cientos de kilómetros sin más medios de subsistencia que su propio cuerpo. La mayoría falleció víctima del hambre, la sed y las epidemias.
Campos de concentración, fosas comunes, violaciones, asesinatos y mujeres embarazadas a quienes se les abría el vientre para asegurarse de que sus hijos también muriesen complementaron el genocidio llevado a cabo por Turquía durante varios años. Por supuesto, aquí no se trata de atacar a una ficción. No, simplemente aprovechar el éxito de Las mil y una noches para conocer un poco más sobre su ciudad y su país. Este año, en poco más de un mes, se cumplen cien años de la destrucción del pueblo armenio y como ciudadanos de un país que reconoce este genocidio, es el momento ideal para informarnos y reflexionar acerca de aquella época aberrante a la que Turquía decidió darle la espalda.
Resumen de un archivo turco
Sheraian, una joven armenia, a punto de parir que marchaba junto con miles de armenios, cae rendida al suelo incapaz de levantarse, es degollada y su cuerpo tirado a un lado del camino. El documento hace referencia a que momentos más tarde, un soldado turco que custodiaba la marcha se impresionó al ver parir un niño vivo del cadáver de una mujer muerta. Tal fue la conmoción que el soldado creyendo que significaba un mal augurio, corrió a comunicárselo a sus superiores.
A este escrito se le anexó el decreto oficial, firmado por el ministro Taleat, que sostenía que los niños armenios no debían quedar vivos ni siquiera en el vientre de su madre.
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