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martes, 01 de abril de 2014

Esa Noche Tan Larga

Por Samir Kozali

Suficiente sangre ha sido vertida en la tierra de nuestra Madre Patria. Mucho dolor, enormes sufrimientos y profundas heridas. Largos siglos de decadencia iniciados con la destrucción de Bagdad a mano de los mogoles en 1258, continuados extensivamente con la dominación devastadora turca cuyas consecuencias aún desangran nuestro cuerpo nacional y fragmentan nuestro espíritu social. Siglos de decadencia que desembocaron en la usurpación de Palestina, la devastación del Líbano, la destrucción y ocupación de Irak. Además de tantos territorios usurpados por el norte, por el este y por el sur. Y ahora el turno de la República Árabe Siria. Qué precios mayores a las emigraciones, los desplazamientos, las masacres, los aniquilamientos, las invasiones debe pagar este pueblo para recuperar su destino.

Suficiente sangre ha sido vertida en la tierra de nuestra Madre Patria. Mucho dolor, enormes sufrimientos y profundas heridas. Largos siglos de decadencia iniciados con la destrucción de Bagdad a mano de los mogoles en 1258, continuados extensivamente con la dominación devastadora turca cuyas consecuencias aún desangran nuestro cuerpo nacional y fragmentan nuestro espíritu social. Siglos de decadencia que desembocaron en la usurpación de Palestina, la devastación del Líbano, la destrucción y ocupación de Irak. Además de tantos territorios usurpados por el norte, por el este y por el sur. Y ahora el turno de la República Árabe Siria. Qué precios mayores a las emigraciones, los desplazamientos, las masacres, los aniquilamientos, las invasiones debe pagar este pueblo para recuperar su destino.

Mucha sangre vertida a lo largo y a lo ancho del Creciente Fértil. De ella, hubo mucha sangre que fue derramada contra el imperio turco, desde 1516 hasta 1918, contra las invasiones franco – inglesas, entre 1920 – 1945, contra la invasión sionista desde los principios del siglo veinte hasta el momento, la invasión norteamericano – europea desde 1990 hasta el momento. Sin embargo hubo otra tanta sangre que fue derramada y que se está derramando en defensa de las enfermedades y las calamidades internas, funcionales a las invasiones externas, que doblegaron el destino y la voluntad del pueblo del Creciente Fértil y que constituyen una mancha vergonzosa en su milenaria historia. Ellos son los conflictos sangrientos que tuvieron lugar en el Líbano entre 1975-1990, en Irak a partir de 2003, en Gaza a partir del 2007, y ahora en territorio de la república siria.

Las demandas de reformas en esta república son más que justificadas y necesarias. Los pueblos anhelan la libertad, la igualdad, la transparencia. Los pueblos exigen el ejercicio de sus derechos civiles, la participación en la política, la libertad de expresión, de conciencia y de asociación. Es inadmisible mantener estas especies de regímenes anacrónicos, autoritarios, policiales constituidos, ora como consecuencia de la primera guerra mundial, ora como productos de la guerra fría, y cuya legitimidad de origen y de objetivo ha perdido todo sustento.

La desgracia de la Madre Patria ha llegado a tal punto que hasta en los momentos en que el pueblo sale a la calle a exigir reformas y cambios, brota en sus filas aquella combinación nefasta de enemigos externos asociados a enfermedades internas para abortar su progreso y agregar nuevas heridas a su cuerpo devastado. Algunos sectores internos, como consecuencia de convicciones enfermizas tanto sectaria, confesional o tribal, producto de esta larga noche de decadencia, actúan a la luz de sus intereses sectarios y procuran satisfacer sus mezquinas y efímeras demandas, logrando abortar la justa lucha popular que pretende empujar la nave nacional hacia un mejor destino.

Cuestionar y culpar al enemigo de estar detrás de estas confabulaciones es una tarea fácil pero insuficiente. Más aún, con el correr del tiempo, termina siendo una tarea fugitiva, simuladora y cómplice al no determinar las causas de nuestros fracasos, no sólo en las luchas contra el enemigo externo, sino también en atender nuestros problemas internos con madurez y racionalidad y constituir una nacionalidad basada en poner el interés nacional por sobre todos los demás intereses sectoriales, políticos, confesionales, tribales, regionales, etc.

Los acontecimientos sufridos por los libaneses a lo largo de 15 años son una muestra cabal de cómo las cegueras producen más cegueras, y los intereses mezquinos producen más intereses mezquinos. A principio de abril de 1975, estalló en el Líbano un conflicto militar que empezó como enfrentamiento entre el gobierno libanes y las organizaciones palestinas. A lo largo de los 15 años de destrucción todos se enfrentaron con todos. Libaneses con palestinos. Palestinos con palestinos. Libaneses con libaneses. Cristianos con musulmanes. Cristianos con cristianos. Musulmanes con musulmanes. Y de esta forma, y en aras de objetivos sectoriales, confesionales y feudales, terminó el Líbano dividido en pedazos con amargas secuelas de emigración, desplazamientos, y enormes pérdidas humanas y materiales. Algo parecido está pasando en Irak desde hace años. Y algo parecido aunque en menor escala pasó entre los palestinos. Y ahora tenemos un nuevo capítulo, una nueva herida que está sangrando en siria. En todos estos casos salta a la vista como las enfermedades sociales y confesionales terminaron siendo el mejor aliado de los intereses extranjeros.

Así lo podemos comprobar en las calles de las ciudades sirias. El levantamiento que empezó como una demanda legítima de reformas y cambios, apoyada por grandes sectores del pueblo, inclusive de sectores gubernamentales, fue avanzando en forma acelerada para convertirse en un instrumento de sectores internos que no buscan las reformas y los cambios, sino más bien asaltar el poder político para imponer un nuevo régimen autoritario y violento basado en un fanatismo religioso extremo que no sólo anulará las reformas ya logradas sino suprimirá todo tipo de libertad política y religiosa por medio de instaurar un gobierno de un solo color confesional.

Los gritos en las calles de algunas ciudades sirias que llaman a degollar a los alawitas y a deportar a los cristianos a Beirut, o la declaración del Emirato islámico de Homs, o el uso de los lugares de oración para llamar a la revuelta y a la violencia, son algunas de las muestras que indican que lo que se dio en llamarse la primavera siria no es en realidad sino un invierno infernal y muy cruel que pretende restaurar épocas de intolerancia religiosa y de despotismos anacrónicos cuyos nefastos recuerdos viven en la memoria del pueblo que los padeció durante la dominación turca.

Una vez más, las enfermedades internas están allanando el camino ante el triunfo del invasor. Una vez más, una demanda justa es utilizada con fines funestos. y una vez más hacemos desde esta distancia lejana un llamado a nuestros pueblos, y especialmente a las partes involucradas en los dramáticos sucesos de la república siria, para que recapaciten y frenen la espiral de violencia entre los hijos del mismo pueblo. El diálogo, en su forma más amplia y sincera, es el único camino capaz de solucionar nuestros problemas y edificar un estado de inclusión, de democracia, de libertad y de progreso. Un dialogo que debe ser abierto a todas las fuerzas políticas y sociales, sincero y transparente. Que requiere terminar totalmente con la violencia en todas sus formas y castigar a los responsables de derramar la sangre del pueblo. Que se deje de usar la fuerza pública contra las demandas populares justas y que la oposición acepte que las reformas requieren de tiempo y de control. Que todos los participantes del este diálogo nacional rechacen de antemano cualquier intervención extranjera y rechacen todo intento de utilizar el diálogo y las demandas populares para quebrar la resistencia de nuestro pueblo ante los proyectos de dominación externos que acechan nuestra existencia.

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