El increíble plan de «paz» estadounidense para Siria
El pueblo sirio ha ganado dos guerras consecutivas en 4 años. Y sin embargo sigue sin alcanzar la paz. En Washington, los «halcones liberales» no sólo hacen todo lo posible por prolongar la crisis sino que han imaginado además un plan para preparar una tercera guerra. Thierry Meyssan revela aquí cómo pretenden utilizar a su favor la conferencia de paz prevista en Moscú para finales de enero de 2015.
En 2001, cuando el presidente George W. Bush decidió poner a Siria en su lista de blancos a destruir, lo hizo porque con ello perseguía 3 objetivos:
- Romper el «Eje de la Resistencia» y favorecer la expansión de Israel.
- Apoderarse de sus gigantescas reservas de gas.
- Rediseñar el «Medio Oriente ampliado».
Los planes de guerra fracasaron en 2005 y en 2006 y finalmente tomaron, en 2011, la forma de «primaveras árabes»: una guerra de 4ª generación que debía propulsar la Hermandad Musulmana al poder. Sin embargo, al cabo de un año, el pueblo sirio salió del sopor provocado por las manipulaciones mediáticas y reafirmó su respaldo al Ejército de la República Árabe Siria. Francia se retiró del juego después de la liberación de Baba Amro mientras que Estados Unidos y Rusia se repartían la región en la conferencia Ginebra 1 –en junio de 2012. Pero, para sorpresa de todos, Israel logró echar por tierra la mesa de negociaciones apoyándose para ello en el nuevo presidente de Francia Francois Hollande, la secretaria de Estado Hillary Clinton y el director de la CIA David Petraeus.
Una segunda guerra, similar a la que Estados Unidos impuso a la Nicaragua sandinista en los años 1980, alimentada por la importación constante de nuevos mercenarios, ensangrentó nuevamente la región. En definitiva, esa segunda guerra también ha fracasado, sin desembocar por ello en una paz duradera. Al contrario, John Kerry modificó el formato de la conferencia Ginebra 2 sólo dos días antes de ese encuentro y trató de convertirla en una tribuna pro-saudita.
En medio de ese desorden se inició la tercera guerra: la de E.I., un grupúsculo de sólo unos cientos de yihadistas que se convirtió repentinamente en un ejército de 200 000 hombres bien armados y equipados y se lanzó a la conquista de la parte sunnita de Irak y del desierto sirio.
Hace varios meses yo explicaba que el proyecto del Emirato Islámico coincide con el nuevo mapa estadounidense de división del Medio Oriente, publicado en 2013 por Robin Wright en el New York Times. En una especie de prolongación de los acuerdos Sykes-Picot, el estado mayor estadounidense proyectaba una nueva y drástica reducción del territorio de Siria. Asimismo, cuando Estados Unidos –después de haber esperado a que el Emirato Islámico concluyera en Irak la limpieza étnica para la que había sido creado– comenzó a bombardear a los yihadistas, se planteaba la cuestión de saber si las zonas liberadas del control de E.I. serían restituidas o no a Bagdad y Damasco.
Ahora, en momentos en que Estados Unidos se ha negado a coordinar con el gobierno de Siria su acción militar contra el Emirato Islámico y mientras Rusia prepara una conferencia de paz, los «halcones liberales» de Washington han trazado nuevos objetivos.
Como el pueblo sirio no se tragó la fábula de la «revolución» montada por Al Jazeera y otros medios de prensa, como se ha negado a respaldar a los Contras contra la República Árabe Siria, la operación de «cambio de régimen» se ha hecho imposible a corto plazo. Y no queda otro remedio que reconocer también que la nueva Constitución de la República Árabe Siria, a pesar de sus imperfecciones, es republicana y democrática, y que el presidente Bashar Al Asad fue reelecto por el 63% de los posibles electores… ¡con el 88% de los votos válidos! Así que Estados Unidos no tiene otra salida que adaptar su discurso a los hechos.
El plan de «paz» de los «halcones liberales» consiste, por consiguiente, en alcanzar los objetivos iniciales dividiendo Siria en dos: una zona gobernada por Damasco y otra por los «rebeldes moderados», léase: por el Pentágono. La República gobernaría la capital y la costa del Mediterráneo mientras que el Pentágono reinaría sobre el desierto sirio y sus reservas de gas, o sea sobre la zona que los bombarderos del general John Allen [1] lograsen liberar del control del Emirato Islámico. Según sus propios documentos, los «halcones liberales» sólo dejarían al pueblo sirio… ¡un 30% de su territorio!
El principio es muy simple. La República Árabe Siria controla actualmente todas las grandes ciudades del país, con excepción de Raqqa y de una pequeña parte de Alepo, pero nadie, ni el gobierno de Damasco ni los yihadistas, puede afirmar que controla un vasto desierto. ¡Así que el Pentágono plantea que lo que no está claramente bajo control de Damasco le pertenece por derecho a sus mercenarios!
Eso no es todo. Ya que los sirios eligieron a Bashar Al Asad, este último será autorizado a mantenerse en el poder… pero no sus consejeros privados. En efecto, todo el mundo sabe que si el Estado sirio ha logrado resistir ante la agresión exterior es porque incluye un núcleo secreto, difícil de identificar y, por ende, difícil de eliminar. Esa opacidad fue instaurada por el fundador de la Siria moderna –Hafez Al Asad– para garantizar la resistencia ante Israel. La reforma constitucional de 2012 no la eliminó sino que consagró la responsabilidad del presidente electo ante la Nación. Si bien se puede deplorar que algunas personas abusaran, en el pasado, de esa opacidad para usarla en beneficio propio, también es cierto que en este momento su eliminación equivaldría a renunciar, en definitiva, a la independencia del país.
Por supuesto, siempre habrá quien diga que los «halcones liberales» no pueden albergar esperanzas de realizar todo el conjunto de ese plan. Pero lograr concretar aunque sea una centésima parte haría inevitable una nueva guerra.
Es por eso que Siria debe plantear como condición previa de toda nueva conferencia de paz que la integridad territorial del país no puede ser objeto de discusión alguna.
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Thierry Meyssan (*): Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa.
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[1] El general John R. Allen, ex comandante de la fuerzas de la OTAN en Afganistán, conspiró con el general David Petraeus para sabotear el plan de paz en Siria durante la conferencia Ginebra 1. El presidente Barack Obama lo puso bajo vigilancia y logró impedir su nominación a la cabeza de la OTAN. Pero, a pesar de los cargos presentados en su contra, Allen logró mantenerse en funciones, mientras que Petraeus se vio obligado a dimitir de la dirección de la CIA. Convertido en comandante de la coalición militar anti-Daesh, Allen apoya ahora las maniobras que el general Petraeus dirige desde el Kohlberg Kravis Roberts Global Institute. Es administrador del Center for a New American Security (CNAS), el tanque pensante de los «halcones liberales».
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