La colectividad árabe tucumana
La sociedad Sirio Libanesa de Tucumán, ha juzgado de positiva importancia incluir dentro de los actos destinados a celebrar sus 90 años de vida, la publicación de una reseña de nuestra colectividad Sirio-Libanesa.
La sociedad Sirio Libanesa de Tucumán, ha juzgado de positiva importancia incluir dentro de los actos destinados a celebrar su primer medio siglo de vida, la publicación de una reseña de nuestra colectividad Sirio-Libanesa. No solo contribuirá así a esclarecer el aporte espiritual y humano de la inmigración Sirio-Libanesa en esta provincia, sino también a cumplir con un insoslayable imperativo de justicia hacia los hombres que pusieron los cimientos de nuestra entidad.
Estamos convencidos de que el mejor homenaje que a ellos puede rendirse, es el de la divulgación de sus ejemplos y de sus obras. A través de esta somera crónica de la existencia de la Sociedad Sirio-Libanesa de Tucumán y de la colectividad árabe tucumana, la silueta de aquellos pioneros emigrados se engrandece y nos inspira a los hombres del presente un sano sentimiento de humildad, a la par de la voluntad de ser dignos de estas glorias y estos esfuerzos.
La corriente inmigratoria
Durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del actual, parte desde el viejo mundo una caudalosa y pujante corriente humana que se orienta hacia América en busca de nuevos horizontes en donde construir su destino. Uno de los países donde esta masiva afluencia de contingentes humanos ejerció más profundas y radicales transformaciones en el contexto socio-cultural, fue la República Argentina, nación en donde la capital llegó a contar con más población extranjera que nativa hacia fines del siglo.
La procedencia de estos aportes inmigratorios otorga a españoles e italianos el predominio cuantitativo. Sin embargo, la corriente de origen sirio y libanes, que numéricamente le siguió en orden de importancia, engendro consecuencias tan complejas y perdurables como aquellas.
Las migraciones en la historia
Los fenómenos de masivas migraciones humanas abundan en la historia. Pueblos enteros se desplazan, a veces de a uno a otro hemisferio, y engendran al fusionarse con las razas nativas, nuevas y prodigas formas de civilización. Las causas de estos desplazamientos son muy complejas como para ser reducidas a un simple aumento de la densidad de demografía.
Se ha visto a lo largo de los siglos éxodos motivados tanto por la escasez de recursos, como por misticismos religiosos o simple fascinación de una quimera. Para comprender íntimamente el gesto del inmigrante sirio-libanés que dejaba su patria para partir hacia países de los cuáles apenas sabía su nombre, es preciso preguntarse previamente porqué emigraba; en busca de que partía. O mejor dicho aún: que era lo que le faltaba a su vida y cuya carencia lo empujaba a tan ardua empresa.
Un crudo despotismo sufrían los países del medio oriente arábigo, bajo el dominio de la sublime puerta. El sojuzgamiento de los sultanes otomanos hacia sus colonias, incluso hizo peligrar la supervivencia del propio idioma árabe, amenazado de ser reemplazado por el turco. Esta situación fue alimentando principalmente en las minorías cristianas, una insoportable sensación de frustración que actuaría como factor desencadenante del éxodo.
América apareció en el horizonte de aquellos oprimidos pueblos, como un rutilante sinónimo de redención humana. Fue una palabra de mágicas resonancias que encendía esperanzas en el corazón de los hombres. Todo inducía a creer que al fin la humanidad se había liberado de su herencia hecha de opresiones, de desigualdades y de prejuicios. Argentina compartía estas expectativas, y el llamamiento de su constitución a “Todos los hombres de buena voluntad que quieran habitarla” no fue desoído. Hacia ella se orientaron hombres de todas las razas y de todos los credos y el caudal de esta migración no tardó en transformarse en impetuosa e incontenible corriente.
Los primeros emigrantes
Se suele citar a Tanios Béchelany, un libanés oriundo de Salima, como el primer emigrante que en 1855 deja su patria para encaminarse hacia América descansando sus cenizas en el cementerio de Boston (EEUU). En lo que respecta a los nombres de los primeros emigrantes llegados a la Argentina y a la fecha de su arribo no hay unanimidad en los estudios.
La epopeya de emigrar
A más de un siglo de la iniciación de aquella corriente inmigratoria, resulta por demás difícil tener una idea aproximada de o que significaba aquella azarosa aventura. En 1967 una revista tucumana publicó una semblanza que es honda y rica en valores morales y sentimentales “Desconsoladamente el árabe lloraba entre las concurrentes a un mitin político. Pero no por emoción sino porque no lograba entender ni hacerse entender; porque la turba lo empujaba continuamente. Había llegado ese mismo día a un Tucumán que por aquel entonces (1911), tapiaba la plaza Alberdi para que no entraran los animales. El mercado de Abasto era una quinta, mientras en Corrientes y Suipacha un vasco regenteaba una lechería.
Para Camel Ammun, todo era nuevo, distinto, promisorio. De golpe se halla en un país donde la raza, la religión o el color no importan. Aún lo recuerda tiernamente, mientras sus 73 años, su viudez, sus cuatro hijos, se confunden con medio siglo de historia provinciana. Este país era un símbolo de lo que Ammun oyó en la Siria natal, cuando con una libra esterlina (12 nacionales de enconces) embarcó su narguile y sus ilusiones y se lanzó a América. Posiblemente, no sabía que él también llegaría a ser un símbolo, la viva figura del emigrante árabe, que ahora se ha fundido con la sangre nativa y hasta conduce ingenios, provincias, universidades. Pero Ammun nada sabía al llegar: tres días de estadía solo en Buenos Aires, y con el pasaje que le pagó un paisano descendió en Tucumán. Otro paisano, que lo sintió llorar en la Plaza Independencia, lo llevó a una fonda, sin preguntarle si tenía o no dinero. Y un español le enseñó el castellano y los números.
Un año le resulta largo para rematar su sueño: el carrito en el que todo valía veinte. Cuando lo compró, no sabía que ahora retirado en su negocio de Santiago al 1000, seguiría soñando con él. Todas las calles tucumanas vieron pasar al que según “El Orden”, era “el rey mago para la gente humilde y el bazar Paris para los ricos”. Su clientela, variadísima, incluía nombres de prosapia: “A cuanta gente distinguida de Tucumán le di la yapa”, rememora Ammun sonriente. Veintiocho años de labor con el carrito le valieron que La Gaceta lo bautizara como “El primer trabajador del norte argentino”.
Consulado otomano
Indudablemente uno de los hechos más significativos y que más contribuyeron a impulsar la afluencia de la corriente inmigratoria de origen árabe fue la firma del protocolo consular Argentino-Turco, mediante el cual se disponía la habilitación de representaciones consulares en Estambul y Buenos Aires.
Estas gestiones fueron el fruto de dos años de pacientes negociaciones a cargo de Suleiman Bestani, representante de Siria y Líbano ante la Cámara de Diputados turca. Firmaron el protocolo Roque Sáenz Peña y H. Kiazim. Cabe señalar que la prohibición de emigrar acababa de ser revocada por la Revolución Constitucionalista producida en Turquía en 1908.
La firma del protocolo se tradujo en la llegada al país de Amir Arslam, brillante figura y entusiasta patriota. Sus funciones de cónsul general fueron dadas por terminadas por la Sublime Puerta al estallar la Primera Guerra Mundial, con motivo de las evidentes simpatías del Emir hacia las potencias aliadas.
Conclusiones
Si ya de por si es arriesgado aventurar conclusiones en torno del fenómeno inmigratorio en la Argentina, con mucha más razón o es el caso particular de la inmigración de origen árabe, por la ya señalada ausencia de estadísticas. Resultado paradójico que un fenómeno de capital importancia, registrado en el país después de su independencia, haya sido hasta ahora cuidadosamente soslayado.
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