Una ventana a Siria: Campo de refugiados Zaatari
Zaatari saltó a la fama por las dimensiones alcanzadas durante 2013. Hoy, a pesar de la menor población continúa atrapando la imaginación popular.
El segundo viaje que realizara al Masreq tuvo un par de imponderables, gracias a los cuales el tour regional se resumió a 40 días en Jordania. Un país sobre el cual abunda la ignorancia, y del que mucho se puede aprender durante una afortunada visita. Por ejemplo, que abundan los destinos turísticos populares y cautivantes, entre los que se destacan Petra, Wadi Rum, Um Qaiss, y el Mar Muerto entre otros, pero que también hay espacios para el turismo “aventura” en el norte del país.
A casi dos horas de viaje de Amán, en medio de una explanada ubicada a 13 kilómetros al oeste de la localidad de Mafraq y 11 kilómetros al sur de la frontera Jordano-Siria, se instaló el campo de refugiados Zaatari. Tras alcanzar un pico de 203.000 residentes durante el mes de abril de 2013, la población se redujo hasta estabilizarse en 80.000 personas; su gran mayoría oriunda de la provincia siria de Daraa y opositora al gobierno conducido por Bashar Al Assad.
El campo es administrado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), con la “discreta” asistencia de países y organizaciones enfrentados con el actual gobierno sirio. El ingreso y egreso al campo, sin embargo, es regulado por el dueño de casa, Jordania –la Dirección de Prensa del Ministerio del Interior-, explicó Balqis, ACNUR Jordania.
Al mismo tiempo, Balqis ofreció una vía de contacto y una lista de documentos necesarios para comenzar la gestión. Se enviaron los requisitos, y se cruzaron los dedos esperando que llegara alguna respuesta. Tras unos días sin novedad, Balqis facilitó un número de teléfono para consultar sobre el estado de la gestión, donde el titular de la oficina, Ayman, confirmó la exitosa tramitación e invitó a pasar para su retiro.
En la dirección de prensa del ministerio
Tras 15 días de naufragio por Jordania quedó al descubierto que la portación de nombre…y de cara, sumado al lejano origen atrapa la imaginación del local. Y es, en definitiva, un arma importante para “romper el hielo”. La estrategia es bastante sencilla y puede servirle a otro, así que aquí la voy a compartir.
A quienes tengan nombre y rasgos árabes les será más fácil, el resto deberá esforzarse un poquito más. Resumiendo, el objetivo es que el interlocutor pregunte sobre la colectividad árabe en Argentina. Ayman pisó rápidamente el palito luego de revisar el pasaporte. No hizo falta nada más que sentarse y relajarse.
Al instante, y haciendo esperar a los demás presentes, se desarrolló una charla amena donde Ayman indagó sobre la historia y costumbres de los árabes en Argentina. Lo sorprendió el tamaño de la colectividad y su aporte a distintas disciplinas, más que la reproducción de las fracturas tribales, religiosas y regionales.
Con el permiso en mano –válido por dos ingresos dentro de los 15 días-, se tomó contacto con la oficina de prensa de ACNUR en Zaatari para coordinar el día de visita. Gavin respondió de inmediato, y Mohammad se ofreció como taxi, aprovechando el día para visitar a su familia en Beit Ras.
En la oficina de prensa de ACNUR
El acceso a Zaatari es bastante sencillo, aunque las fuerzas de seguridad no permiten autos particulares. Hay que descender del vehículo y contratar un taxi autorizado, o bien caminar, el kilómetro que separa el ingreso al campo del control a la vera de la Ruta Internacional No. 10. El taxista ya sabe a por qué van los extranjeros al campo, y a qué oficina llevarlos. Las paradas obligatorias son dos: una de seguridad jordana y otra la oficina de prensa de ACNUR.
“Llevalo al centro de atención, al mirador, fíjate si están jugando al futbol los chicos y mostrale la cancha. No te olvides de la escuela, y Champs-Élysées”, dijo Gavin –miembro de la oficina de prensa de ACNUR en Zaatari- en un disimulado acento inglés a Omar –sirio de 30 años que hace las veces de guía-. Con Gavin se dialogó al finalizar la visita, oportunidad en la que se le preguntó si el presente de los palestinos en Jordania es el futuro de los sirios .
Omar es oriundo de la ciudad de Daraa, está casado, tiene cinco hijos –dos varones y tres nenas-, y recuerda con cierta angustia su salida de Siria. “Era de noche para que no nos vean los francotiradores. Llovía; y llevaba a una nena en brazos y una valija al hombro”, afirma con un pesar que le invade.
Estudió literatura inglesa, y afirma que ser guía en el campo Zaatari le permite hacerse con algún dinero y practicar su inglés. Hace casi dos años se desempeña como guía pero sigue sin poder abandonar el hacinamiento del lugar. “No nos pagan muy bien”, confiesa en voz baja durante un momento de sinceridad al final del recorrido.
Cuando se le pregunta sobre su futuro, Omar responde “Volver a Siria no es una opción en este momento”, y rápidamente agrega “¿Qué voy a hacer allá? Nada funciona. No hay electricidad, no hay agua y mi casa fue destruida”. Es esa la situación en que cayeron la mayoría de los residentes de Zaatari: ganar lo suficiente para subsistir, sin poder volver a Siria o salir de Jordania.
Transitando por Zaatari
El recorrido por Zaatari inicia por la unidad hospitalaria. Allí, todos los servicios médicos están disponibles, excepto cirugía. Tanto médicos como pacientes parecen estar a gusto con las prestaciones del lugar. Una puerta tras otra se abre para mostrar salas de análisis, internación, farmacia, etc., donde médicos y enfermeros espetan satisfacción por el trabajo que están realizando. ¿Quién los puede culpar?
La próxima estación es “El Mirador”, el punto más alto del campo desde donde puede apreciarse un horizonte lleno de hogares precarios. Allí vive un amigo de Omar que nos ofrece el único servicio gratuito que funciona las 24hs: agua. La electricidad sólo funciona por unas horas durante la tarde-noche, y el gas se consigue en garrafas.
Aunque el gas es una comodidad, los negocios de comida –dejaron de ser puestos precarios hace rato- abundan, y Omar recomienda probar el falafel. “¡Este es el mejor falafel sirio!”, exclama orgulloso de sus raíces. Y aunque pudo haber quedado corto de las expectativas, lo importante era ingresar y ver los rostros de quienes frecuentan el lugar. Las arrugas contaban historias de esfuerzo que se retorcían para dar forma a una sonrisa detrás de cada bocado de fool madames.
La gastronomía es importante para la economía del campo, y al visitar la casa de dulces de Mohammad, se puede encontrar hasta 5 personas trabajando en la cocina. “Vendo mercadería por unos 30 jordanos diarios en promedio”, nos cuenta. “Esto es lo que hacía en Siria. Espero que vuelva la paz y poder reencontrarme con mis amigos y familia”, dice con un rostro que se debate entre la angustia y la esperanza.
Ya con el apetito satisfecho, Said abre las puertas de su peluquería, y un grupo de jóvenes se avienta detrás de él. Mientras sienta al primer cliente en la silla, Said cuenta que acaba de ser padre. “Es la tercera niña que arriba a la familia”, aclara, y entre risas agrega “Espero que el próximo sea varón”. A pesar de su corta edad, la responsabilidad de sostener a una familia en crecimiento no afecta su humor, o predisposición al interrogatorio de un extraño.
Algo parece unir la aparición de estos comercios: la voluntad de seguir viviendo. Pero también, la obligación de no perder lo poco que se trajo al hombro, o mejor aún, en la cabeza: el saber. Es ese el único y más preciado equipaje que estos sirios llevan consigo, cada uno lleva un saber especial, único y que quiere seguir creciendo.
Más tarde, paramos a tomar un café sobre la calle principal, la cual los residentes bautizaron Champs Elyssé. Es una expresión de deseo, la materialización de una esperanza, y la proyección de un…¿futuro? Mahmoud nos recibió con entusiasmo y resumió los sentimientos de Omar, Mohammed y Said: quiere volver a Siria, pero no es el momento. Tampoco quiere aceptar una paga por el café y el arguile consumidos, dejando sangrar la generosidad en medio de la miseria.
La próxima parada es una escuela primaria donde los niños se reparten por género entre el turno mañana y tarde. El cambio de turno deja ver niños con vestimenta y ropa estampada con los símbolos nacionales de los países benefactores. Y se destaca el color verde, la palmera y un par de sables. En la escuela también funciona un pequeño museo donde se exponen las obras de arte realizadas por residentes del campo. Todas a la venta, pero bajo llave y poco accesibles.
El recorrido finalmente se pierde por calles no asfaltas que recorren niños tímidos con caras sucias y una sonrisa que desafía a todo el contexto. A ellos se les entregan todo los chocolates y caramelos, y la despedida deja el sabor amargo de no haber hecho más.
Volver…
Una imagen llena de ironía invade la conciencia: residente ilegal en un campo de refugiados. ¿Cómo sería ese status? Los refugiados, ¿le pondrían la traba a quienes quieran ingresar? ¿Elevarían vallas olímpicas con alambres de púa, y puertas de estilo molinete?
Volviendo a la realidad, el sistema que regula la entrada y salida del campo es justo, porque visitantes y residentes precisan un permiso. Por eso, y a pesar de no haber una valla perimetral, los residentes también hacen fila para obtener un permiso…de salida. Y entre medio de postes, rollos de alambre y puertas molinete, los sirios decantan su paciencia para, en palabras de Omar, “Satisfacer el gusto por cumplir con las reglas”.
Al igual que el guía Omar, el peluquero Said, el pastelero Mohammad y el cafetero Mahmoud quieren volver a Siria. Es el lugar donde quedó su pesar y alegría; su odio y amor; su rechazo y aceptación. Es donde les perdieron el rastro a hermanos, padres, familiares, y amigos. Pero la razón que anima su esperanza de regreso no es sólo el reencuentro.
También quieren participar de la reconstrucción que en parte sienten obligatoria, tan solo porque saben que formaron parte de la destrucción. Tal vez, sea la aceptación de que las mezquindades tribales, religiosas y regionales los llevaron al enfrentamiento, el motivo por el cual existe hoy un sentimiento colectivo de que Siria volverá a brillar con este, o aquel gobierno.
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