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jueves, 11 de abril de 2019

Semántica de una crisis que Siria quiere dejar atrás

Por Pablo Sapag M.

Tras su último viaje a la República Árabe Siria, el autor enumera los vocablos más frecuentes escuchados de boca de sus interlocutores locales. Palabras que reflejan la más inmediata cotidianeidad del pueblo sirio.

“¡Áhsan!” es la palabra más repetida en buena parte de Siria, aquella en la que lo peor de la crisis ya ha pasado. Significa “mejor” y se usa respecto a un pasado inmediato lleno de dolor, destrucción y privaciones.

Al margen de la provincia de Idleb y hasta hace poco en la orilla oriental del Éufrates, en el resto del país hace ya muchos meses que no hay combates de ningún tipo. Por eso, “¡áhsan!”. Lo mismo cuando se habla de las condiciones para moverse de una ciudad a otra. Las carreteras se han reabierto y en ellas apenas hay check points del Ejército, la policía o la Defensa Nacional, por lo que el tráfico es más que fluido. Mucho antes desaparecieron los miembros de los grupos armados, los musal-lahín.

“¡Mejor!” es también la respuesta cuando se pregunta por el abastecimiento de alimentos y medicinas. Aunque los precios de muchas cosas siguen siendo altos para unos sueldos medios que apenas se acercan a los 100 dólares mensuales, muchas tiendas que en su momento cerraron ya han reabierto. Lo mismo las farmacias, a veces en medio de las ruinas que ha dejado un conflicto librado en Siria pero con protagonistas e inductores de fuera de sus fronteras.      

Shuái, shuái, es decir “más o menos” o “regular” es, sin embargo, lo que se oye cuando se pregunta sobre el suministro de gas. Con un embargo impuesto y hasta la fecha sostenido por Estados Unidos, la Unión Europea y algunas potencias del Golfo Pérsico, Siria tiene difícil acceder a un combustible que se ha echado mucho de menos durante un invierno frío, aunque también pródigo en lluvias, como demuestra el verdor que esta primavera boreal exhibe el campo sirio.

De haber caído los años previos a 2011, aquellos que quisieron desestabilizar Siria de acuerdo a sus agendas locales o foráneas, lo habrían tenido más difícil. La peor sequía de los últimos siglos hizo que muchos campesinos emigraran del campo a las ciudades, donde no siempre encontraron salidas laborales. De eso también se aprovecharon quienes hoy se desentienden del sufrimiento impuesto a Siria estos últimos ocho años.  

“Káhraba”, es decir "electricidad", es otra de las palabras que más se escuchan estos días en Siria. La hay en buena parte del país pero para que todos puedan acceder a ella el suministro se entrega por horas y barrios de acuerdo a un estricto calendario que permite a la población organizar sus quehaceres diarios.

El suministro se ofrece en períodos de 3 ó 4 horas con una interrupción de igual número de horas hasta la siguiente entrega. Incluso se presta electricidad a aquellos barrios en los que por necesidad la mayoría de los vecinos se han enganchado ilegalmente al servicio. Por las noches y una vez que han cerrado las fábricas, el suministro es continuo. La destrucción de una parte de las centrales y otras infraestructuras eléctricas pero también las limitaciones producto del embargo petrolero que afecta a Siria, explican las restricciones. También la presencia en los tejados de paneles solares y en todos sitios de generadores de distintos tamaños que permiten que la vida siga su curso cuando tocan los cortes pautados.

Pese a todo, la situación es mejor que en Líbano, donde a casi treinta años del final de la guerra civil (1990) y a trece de la que libró con Israel (2006), el suministro sigue siendo discontinuo, los cortes frecuentes y para sus habitantes, obligado pagar tres veces: a la compañía nacional, a las privadas que con generadores de tamaño medio cubren el déficit eléctrico y el consumo de sus propios generadores particulares. Así lo refleja con maestría la reciente y premiada película libanesa Ghada El Eid (Comida de Pascua), del director Lucien Bourjeily.

“¿Mái… Tamám?”: ¿el agua…bien? “Tamám, tamám. Ma fi múshkilah”: Bien, bien. Sin problemas. Es la respuesta cuando se pregunta por el suministro de agua. El vital elemento fluye con normalidad y los cortes son cada vez más ocasionales.

Por eso la palabra agua ha bajado mucho su presencia en el habla cotidiana de los sirios. No solo porque el suministro se ha estabilizado. También porque hace rato que los sirios se dotaron de depósitos de color rojo que pueblan las azoteas de casas y edificios para tener siempre una reserva de emergencia en caso de que el agua corriente vuelva a escasear. 

Shuhadá: “Mártires”. Como no se cansan de repetir en la Siria multiconfesional, alhamdulilláh (gracias a Dios), en los dos últimos años son cada vez menos. Sin embargo, y a diferencia de todo lo demás, es una palabra que se sigue pronunciando tanto como desde el día uno de la crisis. Los sirios no olvidan a los caídos. Ábadan (Nunca). Sus imágenes y sus nombres están y estarán siempre presentes. U bass.

 

 

Nota: Pablo Sapag M. es profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).

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