Por qué la democracia floreció en Túnez y no en Egipto
Fareed Zakaria es columnista de temas internacionales para el diario Washington Post y conductor del programa GPS de la cadena de noticias CNN. Sus artículos de opinión son reproducidos por varios medios gráficos, y se caracterizan por la claridad de su pensamiento.
Hace más de 20 años, Samuel Huntington creó el “examen de dos transferencias” para evaluar las democracias nacientes. El autor dice, se puede hablar de una democracia consolidada solo cuando el poder fue transferido dos veces de manera consecutiva y pacífica. Túnez aprobó el examen propuesto por el autor tras la celebración de elecciones parlamentarias en octubre de 2014.
El éxito de Túnez, es la contratacara del rotundo fracaso observado en Egipto--históricamente uno de los países más extensos e influyentes del Mundo Árabe. Al igual que los tunecinos, los egipcios se despojaron de un dictador, pero luego de un breve coqueteo con la democracia liderado por la Hermandad Musulmana, una nueva dictadura se instauró en el país.
Hace poco pregunté a un ciudadano egipcio liberal y secular, que participó del levantamiento contra Hosni Mubarak, si pensaba que el nuevo gobierno de Abdel Fatah Al Sisi es un retorno a las viejas costumbres. “No,” respondió el hombre, “Este gobierno es mucho más despiadado, represivo y cínico que el de Mubarak.” El Presidente Al Sisi hizo honra a esos comentarios el pasado lunes, cuando aprobó un decreto autorizando el juicio de civiles por cortes militares.
¿Por qué el éxito de Túnez no se repitió en Egipto? Un gran número de respuestas fueron propuestas por un grupo de analistas políticos. Todos coincidieron en que los representantes del Islam político tunecinos estaban mejor preparados que sus pares egipcios para gobernar.
En ambos países, los partidos políticos islamistas triunfaron en la primera ronda de elecciones. Sin embargo, la relación con las demás fuerzas políticas fue diferente en cada país. Los analistas destacan que la Hermandad Musulmana en Egipto opto por una estrategia excluyente frente a una participativa propuesta por Ennahda en Túnez.
Por ejemplo, al enfrentar manifestaciones públicas Ennahda no intentó instaurar la Sharia (Ley Islámica), se manifestó en favor de las leyes progresivas sobre los derechos de la mujer, y voluntariamente formó un gobierno tecnocrático y multipartidario de unidad nacional.
Los analistas concluyeron que Túnez tuvo suerte: los representantes del Islam político son buenos tipos; la excepción a la regla, porque no entienden la democracia como el resto de los gobiernos teocráticos donde la democracia significa un hombre, un voto, una sola vez.
Por otro lado, Tarek Masoud, en su libro Counting Islam (Enumerando el Islam), argumenta que el éxito de la democracia en Túnez frente al fracaso de Egipto, es producto de las profundas diferencias entre los escenarios políticos de cada país, y no tanto de la calidad de los líderes Islámicos.
En Egipto, dice el autor, el partido islamista venció a sus contrincantes seculares en las elecciones tras el desplazamiento de Mubarak, porque pudieron alcanzar al ciudadano común utilizando la densa red de mezquitas y asociaciones Islámicas. Los partidos seculares no tuvieron una herramienta similar que les permita penetrar la sociedad tan profundamente, y luego de perder elección tras elección, recurrieron a las Fuerzas Armadas para alcanzar el resultado que les fue esquivo en las urnas.
Masoud afirma que la experiencia de Túnez fue diferente, porque es un país con mayor nivel de desarrollo, urbanización, alfabetismo y globalización que Egipto. Todo eso implica una sociedad más diversa, reflejada en la presencia de sindicatos y gremios, asociaciones civiles, y grupos de profesionales, que permite a los partidos seculares igualar la penetración social alcanzada por los partidos religiosos. Esto explica el similar desempeño electoral de los partidos religiosos y seculares en Túnez.
Ennahda ganó una pluralidad de los asientos legislativos en disputa—un número mucho menor al obtenido por la Hermandad Musulmana en Egipto—viéndose obligado a formar un gobierno de coalición con dos partidos seculares. En otras palabras, el partido religioso de Túnez compartió el gobierno porque no le quedaba otra opción; no porque eran mejores tipos que sus pares egipcios.
Además, la oposición secular no instó a las Fuerzas Armadas a intervenir en la política, sino que ellos continuaron participando del sistema democrático con la esperanza de triunfar, a diferencia de los partidos seculares egipcios. Eventualmente, los partidos seculares de Túnez tuvieron su recompensa al triunfar en las elecciones de octubre del 2014, y las Fuerzas Armadas permanecieron subordinadas al poder civil y fuera del juego político.
Walter Lippman, en 1939, dijo que la supervivencia de la democracia descansa sobre el fino “balance entre las fuerzas políticas” que gobiernan y de oposición, de modo que el primero no se transforme en “arbitrario” y el segundo en “revolucionario e irreconciliable.” Por su parte, Masoud argumenta que ese balance existe en Túnez pero no en Egipto. “La moderación de los islamistas y el respeto por las instituciones de los soldados tunecinos esconden una característica fundamental,” dice Masoud. “Túnez ofrece un suelo fértil para el pluralismo político.”
Sin embargo, Túnez no debe dormirse en los laureles. Al momento, el gobierno enfrenta un desempleo juvenil del 30% y el activismo de milicias fundamentalistas. Además, informes recientes revelaron que la única democracia del Mundo Árabe es también el mayor proveedor de soldados para E.I.
Por último, el ejemplo de Túnez—hasta el momento—demuestra que no hay nada en la cultura Islámica o la sociedad árabe que inhiba el florecimiento de la democracia. En todo caso, y al igual que en el resto del mundo, son necesarias ciertas condiciones para que ello ocurra: buen liderazgo y un poco de suerte.
NOTA: La versión original de este artículo fue publicada por el Washington Post el 23 de Octubre de 2014.
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