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viernes, 11 de marzo de 2016

Pacto de no Agresión: Estados Unidos, Rusia y la prolongación del conflicto sirio

Por Matías Ferreyra

Después de varios años de profundos desentendimientos en torno a Siria, Estados Unidos y Rusia demuestran el impacto estabilizador que puede tener un ‘acuerdo’ entre ambos cuando existe voluntad política real para soltar el gatillo.

Pese a la falta de adhesión de varios grupos armados y la continuidad de la violencia, el alto al fuego impulsado por Estados Unidos y Rusia puede vanagloriarse de una notable disminución de los enfrentamientos armados entre las facciones opositoras ‘moderadas’ y el gobierno de Bashar Al Assad.

No obstante, el “cese de hostilidades” pactado en el mes de febrero deja en evidencia la responsabilidad performativa de sus mismas disputas geopolíticas en la larga guerra que jaquea a los sirios y la región.

Tanto Rusia como Estados Unidos se comprometieron en censurar o al menos desestimular los enfrentamientos armados en territorio sirio, lo que a su vez demuestra la dependencia estratégico-militar de los actores locales y regionales enfrentados con sus respectivos auspiciantes internacionales.

En cuanto Rusia se comprometió a garantizar el cese del fuego de las Fuerzas Armadas Arabes Sirias, la milicia libanesa Hezbollah y las Brigadas Al Quds iraníes, lo mismo hizo Estados Unidos sobre el Ejercito Libre Sirio y la numerosa coalición de Estados regionales y extra-regionales que procuran derribar al gobierno sirio.

Lo cierto es que por mucho tiempo ha persistido una situación ambigua y un tanto confusa producto de las diplomacias de doble rasero de ambas potencias. Una situación en la cual tanto Estados Unidos como Rusia han querido comportarse como ‘árbitros’ de un conflicto donde ellos mismos han sido partes litigantes.

El hecho de querer “arbitrarse a sí mismos”, a veces a través del Consejo de Seguridad de ONU y los planes de paz pergeñados en varias instancias multilaterales de concertación, ha generado cierta confusión en la opinión pública.

Desconcierto a menudo estimulado por los medios de prensa partidarios de ambos Estados donde uno y otro se han presentado como agentes externos intervinientes que procuran “mediar” en el conflicto. Pero lo cierto es que ambos actúan desde ‘adentro’ y no solamente desde ‘afuera’, estructurando y militarizando el susodicho escenario.

Así, aunque frágil, la relativa observancia del cese al fuego deja trasver que una resolución para la guerra en Siria – o más precisamente, un futuro armisticio - tiene como condición sine qua non una negociación bilateral que ponga coto al pleito geopolítico entre Estados Unidos y Rusia, y no entre los actores domésticos y regionales que se ven enfrentados dentro del escenario sirio.

En otras palabras, una “reconciliación nacional” tiene como condición de posibilidad una necesaria “reconciliación internacional” entre ambas potencias.

Es precisamente allí donde necesita darse un acuerdo marco que determine con precisión el lugar del presidente Assad en una transición política negociada con los miembros de la oposición siria. Se espera, ciertamente, que las actuales negociaciones de Ginebra avancen en aquella dirección.

Sin  embargo, tal eventualidad resulta aún muy remota. Ello se debe, en última instancia, a la intransigencia de actores regionales como Israel, Arabia Saudita y Qatar, entre otros, que bregan y apoyan la desintegración del Estado y el cambio de régimen político en Siria en la lógica de las competiciones de seguridad con su enemigo común y principal aliado regional de Bashar al-Assad: La República Islámica de Irán.

Asimismo, a sabiendas de la influencia del lobby sionista en la definición de los intereses norteamericanos para el Medio Oriente, el principal obstáculo yace en verdad en la formulación de la política exterior de los Estados Unidos. Es sabido que grandes lobbies, como el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos e Israel (AIPAC, por sus siglas en inglés) contemplan entre sus intereses la misma anulación existencial del Estado sirio, lo que implicaría un quiebre del estatuto territorial regional trazado por el acuerdo Sykes-Picot hace más de 100 años.

Siendo así, difícilmente puedan amainarse las disputas geopolíticas de los Estados Unidos con Rusia y encarar una verdadera restauración político-territorial de Siria en cuanto Estado soberano, que es lo que urge actualmente en pro de la estabilidad regional del Medio Oriente y en pro de combatir el terrorismo de grupos como Estado Islámico y Frente Al Nusra en Siria. 

Pese a todo, resulta indispensable un acuerdo de mayor detalle y envergadura entre Estados Unidos y Rusia para llevar al conflicto en Siria a un verdadero desenlace.

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