Migración: Viajando por necesidad
Una fotografía pudo más que mil palabras, alcanzando en horas, lo que la comunidad internacional no logró en siglos: derribar los prejuicios contra la migración. ¿Sí?
La migración es una de las actividades más naturales del hombre, que le permitió evadir la muerte y habitar las más inhóspitas geografías. De hecho, la migración se realiza desde tiempos en que el estado-nación, la religión y etnias no existían como tales. A pesar de eso, su práctica, hoy se ve coartada y vilificada por intereses egoístas.
En la contemporaneidad, el vocablo “migrante” se cargó de una connotación negativa que hace alusión a un estado individual de necesidad, exclusivamente económica. La migración de latinoamericanos a Norteamérica y norteafricanos a Europa, son dos ejemplos generales. Todo eso a pesar de que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR ) identificó a la guerra, el conflicto y persecución política como los factores de mayor impacto sobre el creciente desplazamiento humano.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT ), a fin de 2013 existían alrededor de 232 millones de emigrados en el mundo. Por su parte, ACNUR informó que 8,3 millones de personas se transformaron en desplazados durante 2014, llevando el total de desplazados a 59,5 millones.
La asociación entre los vocablos migración y pobreza, es producto y consecuencia de una visión europea y norteamericana sobre la migración. Postura que llama por lo menos la atención sobre dos cuestiones: la migración europea hacia el continente americano entre los siglos XV y XVIII, y las migraciones desde la periferia hacia el centro a partir del siglo XIX.
Ambos son ejemplos que nos deja la historia, de un mismo fenómeno con distintas características. En el primero, la migración fue “válvula de escape” para unos y “piedra angular” para otros, y en el segundo, representa un “peso muerto” y “riesgo político” para el país receptor. Esta connotación negativa se manifiesta en los requisitos para una visa de refugiado.
Hoy, la segunda visión predomina en los medios occidentales. Porque “el problema es” la migración en Europa y Norteamérica; el problema no es la guerra, el abuso de autoridad, la intervención internacional, los desastres naturales, la destrucción del medio ambiente, la política migratoria o la burocracia inoperante, en el resto del mundo. Al contrario, a todos esos problemas los puede generar la migración.
Peor aún, la audiencia toma conciencia de la migración a través de eventos trágicos e imágenes lacerantes que apelan a la emoción, inhibiendo al interlocutor de elaborar un juicio propio. Por eso mismo, un grupo de “especialistas” fanáticos toma la palabra para denunciar la intervención internacional y la complicidad regional. Y los motivos de la migración continúan siendo ignorados.
El conflicto que desde 2011 atraviesa a Siria no es una casualidad. Tampoco es obra exclusiva del espíritu interventor occidental, o la naturaleza autoritaria de partidarios locales. Para comprender el presente de Siria es necesario conocer la historia social, el desarrollo económico y los procesos políticos que atravesó el país, desde su fundación como estado moderno.
Culpar a Bashar Al Asad por la violencia reinante, o a quienes en contra de él se levantaron, o a los interventores occidentales, o los facilitadores regionales, o fanáticos religiosos, evidencia una particular estrechez de mente. Agudeza mental que solo puede ser asociada con la militancia política. Porque esas culpas en conjunto evidencian a las múltiples dimensiones del conflicto, del cual los movimientos migratorios son una parcial manifestación.
Por último, y retomando lo que se dijo más arriba, migrar es natural al hombre. La historia denuncia como circunstancial a la connotación negativa con la que hoy se carga a la migración internacional. Además, recurrir a su crueldad no garantiza el derribe de prejuicios y la eliminación del oportunismo fanático.
A modo de reflexión, apunto que Aylan era un migrante por necesidad. Que su necesidad no era laboral, ni una yihad contra occidente. Aylan viajaba con su padre Abdullah (único superviviente), su madre Rehan y su hermano Galip.
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