Los últimos días de la humanidad
El derribo de un avión ruso que violó el espacio aéreo turco mientras realizaba operaciones militares contra fuerzas irregulares en territorio sirio, puso al mundo nuevamente de pie y frente a un horizonte de guerra.
“La humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que lo sustentaban”, reflexionó el historiador Eric Hobsbawm en referencia a las dos grandes guerras que sacudieron al mundo en la primera mitad del Siglo XIX. A partir de entonces, y a lo largo del Siglo XX, la guerra se transformó en un elemento perenne del horizonte que contempla la humanidad.
El derribo de un avión ruso que violó el espacio aéreo turco mientras realizaba operaciones militares contra fuerzas irregulares en territorio sirio, puso al mundo nuevamente de pie y frente a un horizonte de guerra. Y mientras representantes gubernamentales derrochan saliva en acusaciones cruzadas, otra horda de personas entra en la picadora de carne manejada por un complejo militar-industrial, ambicioso de recuperar un margen de ganancias.
La “solución final” dejó de ser la propiedad exclusiva de un grupo nacionalista para transformarse en el bien común, que no distingue entre contribuyentes y polizontes (free-riders), y marcar el premeditado fin de la historia. Es irónico, y hasta un chiste de mal gusto observar a la humanidad encontrar su final allí donde comenzó a florecer. Un final precipitado por el imaginario choque de civilizaciones que durante siglos se retroalimentaron y rescataron mutuamente de los más oscuros calabozos.
La evidencia en favor de Turquía es contundente pero la respuesta es apresurada, malintencionada y repudiable. La decisión dejó al desnudo el interés egoísta de un país con nostalgia imperialista que intenta retomar a un lugar de privilegio en la región, instaurando una zona de exclusión aérea en la frontera con Siria y frenando la creciente cooperación estratégica entre EEUU y Rusia. En un escenario internacional donde reina la incertidumbre, la jugada turca fue por lo menos arriesgada y ubicó al mundo en el borde del abismo.
No puedo evitar recordar el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y las consecuencias del mismo. Por entonces, las potencias europeas habían tejido un complejo esquema de alianzas, que tras la muerte del monarca y sucesivas declaraciones de guerra desató la I Guerra Mundial. El Imperio Otomano tomó partido por los países centrales y tras el final del conflicto no pudo evitar la atomización del territorio que intentó salvar.
Hoy, el escenario internacional presenta un esquema de alianzas tan confuso como aquél observado en 1914. De hecho, quienes hasta hace poco tiempo atrás se presentaban como enemigos ahora trabajan mancomunadamente en Iraq y Siria. Ese desarrollo, que reduce la incertidumbre y la posibilidad concreta de un conflicto armado, fue puesto en riesgo por el egoísmo turco. Situación que exige una denuncia global por parte de los líderes occidentales; no tibias declaraciones aprobatorias frente a un claro acto de indisciplina.
Turquía es parte de una coalición ah hoc (coalición anti-E.I.) y de la OTAN, por lo tanto su conducta está sujeta a los antojos de Ankara. Ser miembro de una organización militar de defensa mutua obliga la cesión de parte de la autonomía estatal, y exige informar todos y cada uno de las decisiones adoptadas. Esa comunicación es la base de cualquier medida de confianza mutua y en este caso no existió ni se castigó, abriendo la puerta a nuevos actos de desobediencia por parte de otros miembros de la coalición.
Así, Rusia se transformó gratuitamente en el actor benévolo de la tragedia siria que amenaza con llevarnos a todos puestos. Rusia no busca un enfrentamiento abierto con la OTAN porque va en contra de sus intereses: aumentar la presencia militar en el Máshreq. Esa situación me prohíbe realizar una lectura humanista de la conducta rusa frente a la indisciplina turca, especialmente porque sus aviones excedieron el espacio aéreo sirio.
“Una breve violación del espacio aéreo no es excusa para un ataque”, dijo Erdogan en 2012 tras el derribo de un avión caza P-4 Phantom sobre territorio sirio. Utilizando la misma vara, el derribo del avión ruso era innecesario. Así, el accionar turco es injustificado y el de las potencias occidentales irresponsable, porque en conjunto dejaron a la humanidad contemplando un horizonte marcado por el conflicto armado.
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