Los responsables
La infernal y caótica situación que se vive en Siria, Irak y en menor medida en el Líbano no es producto del momento ni refleja una realidad fruto de la mal llamada primavera árabe. Es a todas luces consecuencia del fracaso de las mayorías de la población de imponer su voluntad de vivir en estados civiles laicos frente al continuo apoyo regional e internacional a las pertenencias sectarias religiosas y a la firme voluntad de las potencias de legitimar al estado judío con la imposición de similares estados religiosos en la región.
El ingreso del fundamentalismo judío a la región a partir del establecimiento del estado de Israel, apoyado por corrientes fundamentalistas cristianas occidentales, no tardó en tener sus reflejos en el espejo islámico empujando a la región del oriente árabe, a lo largo de décadas, a luchas feroces entre las corrientes seculares e islamistas que terminaron en la invasión occidental a Irak el año 2003 y el inicio del conflicto en Siria por derribar los últimos dos regímenes que, aunque con opresión y falta de libertades y con sesgos personalistas y dictatoriales, mantenían todavía la bandera del secularismo frente a las corrientes cada vez más extendidas de islam político.
Uno de los golpes más mortíferos que recibió el secularismo en los países árabes de Oriente fue la derrota en la guerra de 1967 cuando las fuerzas israelíes barrieron con los ejércitos de varios países en pocas horas y extendieron las fronteras del estado judío varias veces sus límites determinadas por las Naciones Unidas en 1948.
El intento de los países árabes en 1973 de recuperar su orgullo fue un intento planificado para firmar la paz con Israel y no para liberar los territorios usurpados. Así fue que aquella guerra anunciada como la gran revancha por la derrota de 1967 terminó en una capitulación política consagrada en los acuerdos de Camp David y el retiro de Egipto del frente de batalla, y la firma del acuerdo separación de fuerzas con Siria que, vigente hasta el momento, silenció la frontera en el Golán por más de cuatro décadas.
A partir de aquellos grandes fracasos, los gobiernos del oriente árabe se separaron de las demandas de sus pueblos y se refugiaron en las políticas de conservación de su poder sin ninguna coordinación regional que se reflejó en la larga guerra en el Líbano de la que Israel sacó el mayor provecho, ocupando la mitad del Líbano durante dos décadas mientras los regímenes estaban dedicados a su auto preservación.
En estas circunstancias se produce la revolución islámica en Irán en 1979 y el inicio de la creciente influencia de los países del golfo, especialmente Arabia Saudita, y en ambos casos con un agregado muy especial representado en el factor religioso sectario ya que ambas partes regionales iniciaron un proceso peligroso de exportar y promover a través de sus recursos el fanatismo sectario religioso, shiíta por parte de Irán, sunnita por parte de que los árabes del golfo, y en especial del movimiento Wahabita. Años después, Turquía no quedó atrás y se embarcó, ya bajo el gobierno de los Hermanos Musulmanes, en la misma tarea llevando aguas a su molino a través del apoyo de los movimientos sunníes de los Hermanos Musulmanes en Siria y en Egipto.
El peligroso proceso de exportar el fanatismo sectario religioso ha formado parte de las políticas exteriores de estos estados con el fin de asegurar sus intereses regionales. Son normas que aplican todas las potencias del mundo en pos de proseguir sus objetivos y frente a las cuales los estados nacionales y los pueblos de identidades nacionales fuertes reaccionan aferrándose a sus propios intereses y doblegan dichos intentos externos de apoderarse de sus recursos y de sus culturas.
Reacción normal en pueblos normales y estados normales. Y una normalidad ausente hace siglos en la región del llamado oriente árabe que frente a dichos planes su población se convirtió en gran importador de dichas influencias.
Décadas de gobiernos pseudo seculares sumergidos en defender sus intereses en el poder dejaron al pueblo desprotegido y lo convirtieron en tierra fácil para el fanatismo religioso. La guerra entre Irak e Irán fue un intento militar de frenar la penetración sectaria shiíta iraní que la invasión occidental del 2003 terminó por consolidar y expandir y ungir un gobierno sectario que no hizo más que avivar el fuego de los resentimientos heredados de la batalla de Siffin, hace 1400 años.
Culpar al exportador no es la receta para ver el origen del problema ni para diagnosticar y tratar de buscar algún remedio a una enfermedad que parece terminal. Los responsables mayores de esta tragedia son sin duda alguna los importadores de los pensamientos contrarios a los intereses nacionales y a la convivencia pacífica entre los componentes sociales, sean ellos individuos o instituciones. Ellos son los verdaderos autores de esta insólita y dolorosa situación en que permite que un religioso iraní o saudita o qatarí o turco o egipcio, a través de un edicto religioso dictado en la oscuridad, decida el destino de pueblos, comunidades y culturas enteras.
El fundamentalismo islámico, nacido a la luz y con ayuda del fundamentalismo judío, este último el primero en ingresar a la región a mediados del siglo pasado, ha esquivado su batalla como era de esperar y en vez de dirigirse a hacer frente a su promotor se dirigió a su interior para terminar con la rendición de cuentas pendientes sin advertir que el lugar elegido para su batalla está conformado por un mosaico de distintas y antiguas comunidades donde será imposible implementar su proyecto aunque practique y ejercite los métodos de aniquilamiento masivo.
El sectarismo religioso exaltado en un pueblo compuesto por numerosas confesiones no es más que un nuevo intento de suicidio colectivo y una forma para acabar con lo poco que aún había quedado de la cultura de una región cuna de las civilizaciones.
En esta tarea de retroceso, han contribuido todos aquellos que pensaron que la solución a los problemas del oriente árabe pasa por el islam político y que la mejor forma de frenar el avance del fundamentalismo judío es imitarlo. Todos aquellos, tanto en el oriente árabe como en los países de emigración, reemplazaron sus pertenencias nacionales por las sectarias y se embarcaron en luchas intestinas que los convirtieron en grey y feligreses al servicio de la lejana y desconocida autoridad sectaria religiosa política que actúa en aras de sus propios proyectos.
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