Los desafíos económicos para la reconstrucción de Mosul
La reconstrucción de Mosul es el mayor desafío para el país desde la destitución de Saddam Hussein.
El 9 de Julio del 2017, el Primer Ministro de Irak, Haidar Al Abadi, anunciaba al mundo el éxito de la ofensiva de las fuerzas iraquíes (con apoyo de la coalición internacional) sobre E.I. en Mosul, poniendo fin de esta manera a tres años de dominio. Ocupación que comenzara el 10 de junio del 2014, el 29 del mismo mes transformó este escenario en el elegido para la proclamación como Califa de Abu Baker Al Bagdadi (discurso en la Mezquita de Al Nuri).
Sin embargo, pese a la algarabía que rodea a las autoridades iraquíes, un mayor desafío se avecina en el horizonte: la reconstrucción de la ciudad en el medio de una situación económica marcada por la contracción de la actividad nacional, y la precaria convivencia entre las diferentes comunidades.
La destrucción de viviendas, empresas e infraestructura básica que se desencadenó producto de la campaña militar, dejó sumida a la ciudad en una situación de miseria y un grado de devastación que, según cálculos de Naciones Unidas, requeriría de u$s985 millones solamente para financiar necesidades humanitarias inmediatas.
Asimismo, el portavoz del Ministerio de Planificación de Irak, Abdul Zahra Al Hindawi, situó el presupuesto necesario para la reconstrucción en u$s100 mil millones de dólares; una cifra equivalente a la que fuera destinada por Estados Unidos al Plan Marshall para la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto, el país se encuentra con las arcas nacionales gravemente afectadas por los costos de la guerra y la caída del precio del petróleo (sus ingresos representan el 44% del PBI nacional).
Un escenario que se caracteriza por los siguientes indicadores: a) el PBI cayó de u$s234.648 millones en el año 2014 a u$s171.489 en el 2016; b) la relación deuda pública-PBI aumentó del 56% en 2015 a 70% en el 2016; c) revaluación del dinar iraquí, motivando la especulación financiera; d) la tasa de pobreza paso del 15% en 2014 a 22% en 2016, y en la provincia de Niniveh (Mosul es la Capital) alcanzó el 41%; y, e) la destitución del entonces Ministro de Finanzas (21 de septiembre del 2016), Hoshyar Zebari, acusado de malversación de fondos públicos, repercutió en el desempeño del mercado.
Consciente de esta situación, el gobierno de Irak presentó una estrategia a largo plazo para la reconstrucción de la Ciudad, basada en dos fases: la primera comenzará en 2018 y continuará hasta 2022, mientras que la final estará programada para comenzar en 2023 y terminar en 2028.
Los recursos necesarios provendrán del financiamiento externo y el fortalecimiento de la producción nacional. Respecto del primer punto, durante el año 2016, el país accedió a un préstamo del Fondo Monetario Internacional por u$s5.400 millones, mientras que actualmente está preparando una conferencia de donantes en Kuwait para principios del 2018.
A eso debe sumársele, diversas iniciativas entre las que se destacan la Cumbre de Donantes celebrada en Londres este año, la cual reunió u$s2.5000 millones y el anuncio por parte de la portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Heather Nauert, de u$s150 millones para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de Irak.
Por otra parte, la reactivación del sector productivo ha sido señalada por el Banco Mundial como uno de los pilares claves para el país. El sector no petrolero se contrajo un 10,3% en el 2016 (en Mosul, las industrias alimenticia y cementera) y sufrió los desplazamientos de grandes proporciones de población –un millón de personas migraron de Mosul al Kurdistán iraquí, y sólo 175 mil regresaron tras la liberación de la ciudad. Además, el gobierno ha puesto foco en el fortalecimiento de la inversión interna y la promoción de la industria nacional.
Pese a la unanimidad existente respecto a la necesidad de reactivar el segundo centro urbano más importante del país, el plan oficial no ha quedado exento de cuestionamiento por diversos sectores, especialmente, por la influencia que tendrá Irán en el futuro de una ciudad. Asimismo, otro de los puntos de cuestionamiento, se centraron en el rol de las milicias chiitas como fuerzas de seguridad local.
A partir de ello, el gobierno se encuentra en una situación inmejorable para evitar repetir los errores del pasado, consolidando la identidad nacional y evitando aumentar las tendencias fragmentarias que afectan al país –el Kurdistán iraquí anunció el 8 de junio del 2017 que en septiembre celebrará un referéndum para la constitución de su propio Estado.
De hecho, durante la campaña de reconquista de Mosul, la Coalición Internacional solicitó a Al Abadi que no se utilizará en las fuerzas ningún otro distintivo (haciendo referencia a banderas de grupos políticos o religiosos) más que el escudo nacional.
Por otra parte, en sintonía con las líneas mencionadas anteriormente, Hossam Al Ayyar, parlamentario por Niniveh, declaró que junto a las políticas económicas el plan incluye programas culturales y religiosos brindados por mezquitas, escuelas e iglesias (Mosul contaba previo a la guerra con la mayor comunidad cristiana de Irak), para consolidar los valores de la coexistencia y la moderación, promoviendo la cultura de la paz y la libertad.
Para concluir, la reconstrucción de Mosul es el mayor desafío para el país desde la destitución de Saddam Hussein, y será vital apuntar a la integración entre las comunidades que conforman la ciudad, a la reactivación de los principales sectores económicos, y a la utilización eficiente de los recursos que entren en forma de ayuda internacional.
El futuro del Estado se encuentra en juego y la respuesta debe ser inmediata para comenzar a cerrar las heridas abiertas durante los tres años de dominio de E.I.
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