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miércoles, 20 de mayo de 2015

Ganar o perder…esa no es la cuestión

Por Jodor Jalit

Los continuos avances y retrocesos de E.I. en el Levante demuestran una incapacidad militar de la agrupación y sus enemigos, perpetuando el conflicto armado en la región.

La génesis

E.I. tiene sus raíces en la muerte en Irak, de Abu Musab Al Zarqawi (1966-2006) y la alineación de líderes tribales sunnitas detrás del gobierno del entonces Primer Ministro Nouri Al Maliki. Ese desangramiento de la organización llevó a los sucesores de Zarqawi a renombrar a Al Qaeda en Iraq como Estado Islámico de Iraq y el Levante (EIIL, 2006-2013). En ese primer momento, la organización era una fuerza irregular de combate. Una guerrilla más.

Tras la asunción de Abu Bakr Al Bagdadi y la reinstauración del Califato en Junio de 2014, la milicia se convirtió en el “partido oficial” abreviando su nombre a Estado Islámico (E.I.).

E.I. hoy controla territorio en Irak y Siria, y designó a la ciudad de Raqqa, Siria, como su capital en claro desafío a la integridad nacional de ambos países. Además, por medio de hechos puntuales evidenció presencia en por lo menos una docena de países a través del Norte de África y Medio Oriente. La decapitación de cristianos egipcios en Libia, como el ataque a un museo en Túnez, así lo demuestran.

La reacción

La efectividad militar de EIIL llamó la atención de otras milicias, mientras que la posterior brutalidad de E.I. cautivó a la comunidad internacional. Con las vías tradicionales de Naciones Unidas y OTAN bloqueadas por el veto de Rusia y China y la oposición de los parlamentos europeos respectivamente, a una intervención militar en Siria, EEUU vio su estrategia militar obturada.

Las complicaciones para responder decisivamente a E.I. fueron muchas, pero EEUU logró formar una coalición internacional. El grupo está conducido por EEUU y Reino Unido, apoyado por un amplio número de países europeos, y pertrechado por las monarquías del Golfo, entre otros, dejando en claro la amplia preocupación de la comunidad internacional por E.I.

El interés solo, sin embargo, no es suficiente para eliminar a este grupo. Por eso mismo, la coalición anti-E.I. diseñó una estrategia militar para combatir la presencia de la organización, el plan de acción contempló el bombardeo de sus estructuras críticas. Con ese objetivo, los aviones caza contribuidos por las monarquías del Golfo Pérsico, junto a otras escuadrillas norteamericanas, se dedicaron a destruir la infraestructura siria bajo control del partido-milicia.

A pesar de la magnitud y cantidad de los bombardeos en Raqqa, Ain Al Arab (Kobani) y Mosul entre otras ciudades, la estrategia no logró eliminar a E.I. Tal vez es una cuestión de tiempo. Algunos analistas  y periodistas hablaron de 3 años, pero si la estrategia aérea no es complementaria de una acción terrestre, será difícil lograrlo.

La perpetuidad

Ninguna campaña militar limitada a una acción aérea logró eliminar a su enemigo. En este sentido, lo ocurrido en Libia es un ejemplo clarificador. Donde la intervención militar de OTAN fue reforzada por milicias locales. Esa misma estrategia quiere implementarse en Irak y Siria, con la instrucción y apoyo militar aprobado por el congreso de EEUU.

A pesar de la nueva estrategia por parte de la coalición anti-E.I., su efectividad militar es por lo menos cuestionable. Esto se ve en los continuos avances y retrocesos del grupo sobre territorio sirio e iraquí. Inestabilidad que se reflejó en los enfrentamientos en las ciudades de Tikrit, Mosul y Ramadi en Iraq, y Qusayr, Kobane y Palmira en Siria. Todas localidades bajo el control o amenaza de E.I.

Esa perpetuidad del conflicto, intencionada o no, tiene consecuencias graves para Siria. Primero, la continuidad del conflicto. Segundo, la destrucción de la infraestructura del país. Y tercero, socava la autoridad del gobierno sirio. Todo esto trabaja en favor de los objetivos geopolíticos de occidente en la región, y en contra del gobierno de Siria.

Por todo eso, la cuestión para la coalición anti-E.I., no es ganar o perder la guerra contra los extremistas, sino más bien perpetuar el conflicto para reconstruir una región en torno a los intereses de EEUU, sostenida por sus socios regionales, Israel, Turquía y Arabia Saudita.

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