El mundo debe dar un paso adelante ante la crisis de Irak

Sobreviví a los ataques químicos de Sadam Husein en 1988, pero jamás imaginé una crisis como ésta, a la que se enfrenta hoy Irak.

La iglesia de Mar Yousef, en Erbil (en el norte del país), está llena de gente tumbada sobre esterillas y mantas, o directamente sobre el suelo de madera. Las madres acunan a los bebés que lloran, los niños miran tristes a través de la asfixiante habitación al mundo exterior con el conocimiento de que esto no son unas vacaciones de verano, mientras que sus padres piensan desesperados en cuál será su próximo paso.

La mayor parte de los que están aquí, se encuentran buscando toda la ayuda que puedan conseguir. Han conseguido escapar del conflicto sin ninguna posesión, sólo con sus vidas. Pero ellos son los afortunados. Han huido de ciudades como Qaraqosh -donde se ha desatado la violencia más sangrienta, ahora bajo el control de grupos armados- en coches, conduciendo hacia la capital kurda. Más allá de las fronteras de la ciudad hay todavía cientos y cientos de personas esperando a lo largo de la carretera a que se les permita entrar. Muchos de ellos han llegado a pie.

Todos los edificios abandonados o refugios sin utilizar que veo parecen repletos de gente que ha huido del conflicto. Algunos esperan en Erbil, otros están en tránsito a otras zonas de país.

Cerca de un edificio abandonado de la carretera principal que lleva a la ciudad, una mujer embarazada a punto de dar a luz se sienta nerviosa junto a su marido, que parece totalmente desamparado. La madre nos dice que puede sentir el corazón de su bebé cada vez más débil. Cerca, un padre que tuvo un ataque tiene diabetes y la presión sanguínea alta dice que todas las razones para el optimismo se han desvanecido. La tensión es palpable y hay destrucción por todas partes.

Desplazado tras sobrevivir a un ataque químico

Soy un iraquí que ha trabajado con Save the Children aquí durante 17 años. Fui un desplazado en 1988 después de huir y sobrevivir a un ataque químico sobre mi ciudad, Halabja. Pero en toda mi vida jamás pude imaginar una crisis como ésta: tanta gente huyendo de manera tan repentina, tanto terror en los ojos de la gente.

Temo por el futuro de mi nación y por comunidades como la de los yazidíes.

Docenas de niños han muerto de forma terrible por deshidratación.

Tan sólo hace unos días, una política yazidí contó ante en el Parlamento, con los ojos llorosos, cómo su gente estaba siendo asesinada y cómo su religión minoritaria ancestral, que deriva del zoroastrismo, estaba siendo "eliminada de la faz de la tierra". Las mujeres estaban siendo esclavizadas como "botín de guerra", dijo.

Las minorías religiosas y étnicas como los yazidíes son las últimas víctimas de esta crisis humanitaria que aumenta rápidamente en Irak. El país ha visto a más de 1,2 millones de personas -más de la mitad de ellos niños- desplazados en tan sólo dos meses. Eso es un ratio de 20.000 por día. A esto hay que sumarle los 230.000 sirios que han huido a Irak a causa de la guerra.

Y todo esto ocurre en medio del verano, cuando los niños iraquíes deberían estar jugando en la calle, dando patadas a balones de fútbol y pasando tiempo con sus amigos. Las familias deberían estar disfrutando de sus vacaciones en ciudades tan pintorescas como Shaqlawa, conocida por su clima fresco en verano, sus magníficos jardines y sus termas calientes.

El camino es largo y la comunidad internacional tiene que dar un paso adelante ahora y salvar a Irak antes de que el daño sea irreparable.