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Tribuna y debate
jueves, 12 de marzo de 2020

El mito de la “revolución siria” fabricado ‎por el Reino Unido

Por Thierry Meyssan

Se han filtrado recientemente nuevos reveladores documentos sobre la organización de la propaganda británica ‎contra Siria.

Se han filtrado nuevos documentos sobre la organización de la propaganda británica ‎contra Siria. Esos documentos permiten entender cómo fue posible que periodistas que ‎actuaban de buena fe fuesen engañados durante largo tiempo por el mito de la ‎‎«revolución siria» y por qué el Reino Unido se retiró de Siria, a pesar del éxito de ‎su operación. ‎

La democracia incluye la posibilidad de poder debatir honestamente en público. ‎Por consiguiente, la propaganda sería sólo cosa de los regímenes no democráticos. ‎Sin embargo, la Historia nos enseña que la propaganda moderna se concibió durante la Primera ‎Guerra Mundial en el Reino Unido y en Estados Unidos mientras que la URSS y la Alemania nazi ‎no pasaron de ser pálidos imitadores. ‎

Desde el inicio de la guerra contra Siria, hemos explicado a menudo que la realidad en ‎el terreno no tenía nada que ver con la imagen que existía en Occidente sobre este conflicto. ‎Hemos denunciado repetidamente la fabricación de “pruebas” por parte de los servicios secretos ‎estadounidenses, británicos, franceses y turcos, que trataban de esconder la agresión ‎de Occidente contra Siria y de hacer creer que existía una revolución contra una dictadura. ‎

Ahora que el Reino Unido ya no está en el terreno, desde 2018, el periodista Ian Cobain acaba ‎de publicar en el medio online ‎Middle East Eye varios documentos oficiales británicos que nos permiten ver más ‎claramente de qué manera Londres intoxicó masivamente a un gran número de periodistas de ‎buena fe y después se retiró del conflicto. En 2016, Ian Cobain ya había publicado en el diario británico The Guardian‎ cierto número de ‎revelaciones sobre cómo el MI6 organizó esta‎ operación contra Siria.‎

Primero que todo, es importante recordar que los británicos no perseguían el mismo objetivo que ‎sus aliados estadounidenses.

El Reino Unido, esperaba recuperar la influencia que había ejercido ‎en la época colonial, al igual que Francia. Londres no creyó que EEUU ‎pretendiese destruir las estructuras de los Estados en los países de todo el Gran Medio Oriente (o ‎Medio Oriente ampliado), como se estipula en la estrategia Rumsfeld/Cebrowski.

Así que Londres concibió la operación de las ‎llamadas “primaveras árabes” según el modelo de la “Gran Revuelta Árabe”, organizada en ‎otra época por Lawrence de Arabia, sólo que en la versión actual fue la Hermandad Musulmana la ‎encargada de interpretar el papel asignado a los wahabitas en tiempos de la Primera Guerra ‎Mundial.

Debido a ello, la propaganda británica fue concebida siguiendo un guión sobre la ‎creación de una “nueva Siria” alrededor de la Hermandad Musulmana, mientras que lo que realmente ‎querían –y aún quieren– EEUU y la CIA era desmembrar el país.‎

La opinión pública occidental ya había sido convencida de que en Túnez, en Egipto y en Libia ‎se habían producido revoluciones, y esa convicción errónea facilitaba la tarea de venderle otra ‎‎”revolución”, esta vez en Siria. ‎

Periodistas que actuaban de buena fe fueron llevados por supuestos revolucionarios –en realidad ‎eran agentes que trabajaban para los servicios secretos de Turquía y de la OTAN– a visitar una ‎‎“aldea revolucionaria”, Yabal al-Zauia, en suelo sirio.

Allí se organizaban para ellos mítines del ‎‎”Ejército Sirio Libre” que podían filmar a sus anchas. Fueron muchos los periodistas así ‎engañados que creyeron que realmente existía un levantamiento popular.

Cuando el periodista ‎español Daniel Iriarte denunció la farsa en el diario español ABC –porque reconoció a varios ‎yihadistas libios en la “aldea revolucionaria” siria– ‎la prensa se negó a reconocer que se había dejado engañar. La incapacidad de los periodistas ‎para reconocer sus errores, incluso cuando son colegas quienes denuncian esos errores, sigue ‎siendo la mejor carta de triunfo de quienes se dedican a este tipo de propaganda. ‎

Como siempre, los británicos de la RICU (la Research, Information and Communications Unit) ‎recurrieron a un científico –en este caso un antropólogo– para que supervisara su operación de ‎propaganda. Y la ejecución estuvo en manos de varios “contratistas”, entre ellos un ‎‎«ex» oficial del MI6, el coronel Paul Tilley –la denominación de «ex oficial» resulta aquí muy ‎importante ya que se trata de poder refutar cualquier vinculación con el asunto si la operación ‎sale mal.

Para estar más cerca del terreno, los intermediarios o contratistas del MI6 abrieron ‎‎tres oficinas en Estambul y Reyhanli (Turquía) y en Amman (Jordania), mientras que la CIA operaba ‎desde Alemania. ‎

Esta operación se inició con el asunto del ataque químico, atribuido al gobierno sirio, en el verano ‎de 2013, cuando la Cámara de los Comunes –recordando cómo había sido engañada en el ‎momento de la guerra contra Irak– prohibió estrictamente al ministerio de Defensa el despliegue ‎de tropas británicas en Siria.

El gobierno británico evadió la prohibición incrementando el ‎presupuesto inicial de su ministerio de Exteriores, incremento que fue transferido a agencias canadienses y ‎estadounidenses para que se encargaran de la operación. ‎

A pesar de la prohibición emitida por la Cámara de los Comunes, la operación se desarrollaba ‎bajo el mando de un oficial del MI6, Jonathan Allen, quien acabó convirtiéndose en número dos de ‎la delegación diplomática del Reino Unido en el Consejo de Seguridad de la ONU. ‎

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La originalidad de esta operación, ejecutada entre otros por Innovative Communications ‎& Strategies (InCoStrat), reside en el hecho de haber sido presentada como una asociación ‎comercial no vinculada a las autoridades del Reino Unido.

Los sirios que participaban en ella ‎no tenían la impresión de estar traicionando su país sino sólo de haber encontrado una buena ‎oportunidad de ganar dinero para sobrevivir a pesar de la guerra. Por supuesto, en comparación con ‎el nivel de vida normal de esos sirios, las remuneraciones que recibían eran considerablemente ‎elevadas. ‎

El sistema de los llamados “periodistas ciudadanos” resultaba sin embargo muy económico en ‎relación con el medio millón de libras esterlinas mensuales del presupuesto británico (entre 50 y ‎‎200 dólares por un video, entre 250 y 500 dólares por colaboraciones regulares) destinado a la ‎búsqueda de “informaciones” o de “pruebas” que demostrasen la represión del “régimen” ‎sirio contra su propio pueblo.

Después de ser sometidos a una selección, el MI6 enviaba esos ‎materiales a la BBC, Sky News arabic, Al-Jazeera y Al-Arabiya, cuatro medios de difusión que ‎participan plenamente en el “esfuerzo de guerra” occidental, a pesar de que Al-Jazeera y Al-‎Arabiya pertenecen respectivamente a Qatar y a Arabia Saudita y de que esa actividad viola las ‎resoluciones de la ONU que prohíben la propaganda de guerra.

Los colaboradores sirios tenían que comprometerse por escrito a mantenerse anónimos y no divulgar sus vínculos con ‎ninguna empresa, con excepción de los que ‎contaban con una autorización expresa para darse a conocer. ‎

Los periodistas occidentales que actuaban de buena fe no podían llegar hasta los “periodistas ‎ciudadanos” sirios para verificar el contexto de los videos ni de otras “pruebas” –trabajo de ‎verificación que constituye la esencia misma de la actividad periodística– y simplemente ‎se dejaban convencer por el “ruido” de las cuatro televisoras antes mencionadas. ‎

Los documentos revelados por Ian Cobain demuestran que, además de apuntar a la opinión ‎pública internacional, esta operación estaba dirigida también contra la opinión pública siria.

‎Londres esperaba provocar en la opinión siria un cambio de actitud que debía favorecer a los ‎‎”moderados” ante los “extremistas”. Sobre ese punto en particular, Middle East Eye ‎no parece haberse dado cuenta de que esas palabras no deben interpretarse siguiendo el ‎sentido que suelen tener sino en función de las decisiones del primer ministro británico Tony ‎Blair. ‎

Durante la elaboración del plan de las llamadas “primaveras árabes”, Tony Blair había planteado ‎que el gobierno británico debía considerar como aliados a los líderes y grupos «moderadamente ‎antimperialistas», como la Hermandad Musulmana, mientras que los adversarios eran los ‎‎«antimperialistas extremistas», como el régimen nacionalista del partido Ba’ath sirio.‎

El antropólogo que supervisaba el programa indicaba por demás que era necesario crear en el ‎terreno algunos servicios de urgencia –como la Free Police y los White Helmets ‎‎(“Cascos Blancos”) del «ex» oficial del MI6 James Le Mesurier– no tanto para ayudar a la ‎población sino para darle confianza en las instituciones que habrían de crearse después de la ‎derrota de la unión nacional surgida alrededor del Ba’ath.

Sobre ese punto, mencionó el plan de ‎rendición total e incondicional que se pretendía imponer a Siria, plan redactado por el alemán ‎Volker Perthes para el segundo principal funcionario de la ONU, el estadounidense Jeffrey ‎Feltman y que los británicos interpretaron en forma errónea. ‎

Este desacuerdo fue la principal causa de los fallos de esta operación, cuando Washington trató ‎de crear el «Sunnistán», que debía ser gobernado por el Emirato Islámico (DAESH) y el «Kurdistán ‎libre», con el PKK (el partido kurdo surgido en Turquía) y el PDK (partido kurdo de Irak). ‎

Considerando que aquello ya no era la guerra que ellos habían concebido, los británicos ‎decidieron salirse del juego. ‎

El programa del MI6 planteaba 3 aspectos diferentes:

► Identidad siria: «Unir a los sirios mediante la afirmación positiva de culturas y prácticas comunes y restablecer la ‎confianza entre vecinos, aunque poniendo de relieve la fuerza numérica de los sirios».‎

► Siria libre: «Actuar para fortalecer la confianza en una futura Siria sin régimen extremista».‎

► Socavamiento:‎ «Actuar para debilitar la eficacia de las redes extremistas violentas (EV) en Siria socavando la ‎credibilidad de las historias y de los actores EV y aislando a las organizaciones EV de la ‎población».‎

Según los documentos que revela Ian Cobain, los contratistas o intermediarios del MI6 también ‎formaron a los voceros de la oposición siria, desarrollaron cuentas en las redes sociales y ‎organizaron oficinas de prensa que funcionaban las 24 horas del día.

Los documentos ‎no mencionan el diseño de logos identificativos de grupos ni el montaje de las escenas ‎hollywoodenses que nosotros denunciamos a través de este sitio web, como el “desfile militar” ‎de un grupo armado, montado en la periferia de Damasco, con tanques y “combatientes” que ‎pasaban una y otra vez ante la cámara (ver video ). ‎

El trabajo de las oficinas de prensa consistía en poner a los voceros de la oposición siria en ‎contacto con periodistas occidentales y en instruir a esos voceros sobre lo que debían decir en las ‎entrevistas. De esa manera, la prensa occidental creía obtener sus informaciones de fuentes ‎independientes y con un bajo costo. ‎

Al principio, durante la fase de desestabilización –que duró hasta mediados del año 2012–, todos ‎los medios de prensa internacionales enviaban reporteros al terreno, reporteros que ‎los británicos lograban manipular de la manera aquí descrita.

Ahora ya no envían reporteros. ‎Los medios de prensa occidentales se han acostumbrado a aceptar como buena la “información” ‎que les ofrece la agencia de prensa creada en Londres por el MI6 y la Hermandad Musulmana –el ‎Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH)– a pesar de que esa “fuente” carece de los ‎recursos necesarios para tener conocimiento de los “hechos” que dice reportar. ‎

 

 

Thierry Meyssan es un intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa.

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