Democracia Egipcia: Un oxímoron
Los Levantamientos Árabes iniciados en diciembre de 2010, dieron a los analistas mucha tela para cortar. Mientras algunos especulaban con el fin de las dictaduras cívico-militares en la región y una nueva ola democratizadora, otros cuestionaban ese optimismo. Que hubo cambios es incuestionable, como también lo es el hecho de que los cambios no han sido para mejor.
El 17 de agosto de 2013, escribí que la democracia en Egipto tiene tres reglas de oro: celebración de elecciones parlamentaria y presidencial, represión de movimientos políticos islamistas y alineamiento con política exterior de EEUU. El proceso electoral legitima la autoridad política, la exclusión del Islam político asegura la unidad política, y el alineamiento con EEUU sostiene a la vieja elite en el poder. La destitución de Hosni Mubarak y encarcelamiento de Mohamed Morsi puede explicarse a través de estas simples reglas.
Desde inicios del S. XX, la Hermandad Musulmana tomó como bandera una interpretación política del Islam. Esa simbiosis entre religión y política se puede encontrar en los escritos de Sayyid Qutb, el primer ideólogo y segundo mártir del movimiento social. Luego de un pequeño coqueteo con el poder durante la presidencia de Gamal Abdel Nasser, la organización fue duramente reprimida. La profundidad de sus raíces en la sociedad egipcia, sin embargo, permitieron a los hermanos sobrevivir la dura represión desatada, especialmente luego de asesinar al presidente Anwar Sadat.
Durante la presidencia de Mubarak, la apertura política y moderación de la Hermandad Musulmana ofreció una oportunidad de salir de las sombras a fines de la década de 1980. Sin embargo, esa ventana se cerró rápidamente y la organización debió esperar hasta el nuevo milenio para demostrar su fortaleza.
Las elecciones parlamentarias del año 2000 y 2005 dieron a la Hermandad Musulmana una presencia considerable dentro de la Asamblea del Pueblo. El partido logró 17 y 88 asientos sucesivamente. Su avance sobre el recinto parlamentario sufrió un gran revés durante la elección de noviembre de 2010, al adherirse al boicot que significó la pérdida de 87 asientos. Así, se vio avasallada la primera regla de oro—elección parlamentaria. La tercera—alineamiento con EEUU—se quebró en enero de 2011 tras la represión del levantamiento. Así, la legitimidad de Mubarak se redujo considerablemente, frente a instituciones domésticas—Fuerzas Armadas—una vez que Obama pidió a Mubarak abandonar la presidencia en febrero de 2011.
La salida de Mubarak no significó un cambio en la política de Egipto. La experiencia democrática duró poco, tras la victoria parlamentaria de la Hermandad Musulmana y presidencial del hermano musulmán Morsi. Para ser justo, la legitimidad de Morsi es en algún punto cuestionable porque, según el Centro Carter, 40% y 60% de los electores no participaron del ejercicio democrático. Ello no justifica la destitución; confirma un cumplimiento incompleto de la primera regla de oro.
Dejando de lado la legitimidad de las elecciones, la victoria del hermano Morsi, significó el quiebre de la segunda regla de oro. Obama sin embargo apoyó al gobierno de la Hermandad Musulmana, incluso después del ataque a la Embajada de EEUU en septiembre de 2012. Para diciembre ya era claro el distanciamiento entre Morsi y Obama. Además, el antagonismo generado entre la democracia egipcia y la teocracia saudí, representante de los intereses norteamericanos en la región, aumentó la distancia entre Egipto y EEUU. Así el quebrantamiento de la tercer regla de oro se hiso imposible de ignorar.
Resumiendo, la baja participación en las elecciones parlamentaria y presidencial en 2012, el acaparamiento del poder por la Hermandad Musulmana, y por último, la represión de disidentes políticos y enfrentamiento con aliados regionales de EEUU, representan el quiebre de las tres reglas de oro. Ante este escenario, las FFAA—el verdadero poder en Egipto—retomó la presencia que cedió tras la salida de Mubarak, y tras destituir al primer presidente electo, ayer lo condenaron a 20 años de prisión.
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