De socios improbables a aliados estratégicos: India en la Península Arábiga
Un pequeño recorrido por una relación que tiene todos los condimentos necesarios para impactar de forma decisiva sobre el proceso que Medio Oriente atraviesa hoy.
La lente de los medios de comunicación se enfocó fuertemente en la visita del Primer Ministro de India, Narendra Modi, a Riad el 2 y 3 de abril, que llevó a la firma de cinco compromisos bilaterales en los ámbitos de intercambio de inteligencia en terrorismo financiero, incremento de inversiones privadas, y fortalecimiento de la cooperación en defensa.
Ahora bien, esta visita se inserta en el complejo entramado de relaciones que sostiene el delicado equilibrio estratégico de Medio Oriente y por ello, debe entenderse como parte de un proceso de realineamiento político-estratégico paulatino entre los países concernidos cuyo objetivo es posicionarse favorablemente en un contexto regional en flujo.
La historia del vínculo
Los vínculos entre los países de la Península Arábiga e India se remontan a los intercambios comerciales de la antigüedad, pero recibieron un impulso decisivo tras el descubrimiento de hidrocarburos en la Península Arábiga. Paulatinamente, surgió un vínculo de interdependencia económico-comercial que hoy es una sociedad necesaria.
El atractivo de la industria petrolera y petroquímica peninsular llevó al establecimiento de la mayor comunidad de expatriados indios en el mundo; y la disponibilidad de los recursos energéticos sumada a la existencia de vías consolidadas de comunicación marítima, a la virtual dependencia del aparato productivo indio, para continuar el camino de rápido crecimiento iniciado a comienzos del siglo XXI.
Sin embargo, las relaciones políticas entre estos países estuvieron marcadas en el pasado reciente por el malestar y recelo recíprocos. La Guerra Fría colocó a los países del Golfo e India en veredas opuestas, pues mientras los primeros adoptaron una postura completamente prooccidental, India transitó del no alineamiento a un claro acercamiento a la URSS y a su concepto de Estado socialista.
Y en el ámbito regional, los países del Golfo favorecían a Pakistán -que les proveía de soldados, pilotos y policía-, apoyando sus reclamos sobre Cachemira. Tal tensión se prolongó hasta los años ’90, cuando acontecimientos como la destrucción del templo de Babri Masjid en India y la Guerra del Golfo mostraron hasta qué punto consideraban divergentes sus posiciones políticas.
Acercamiento coyuntural
El siglo XXI trajo consigo algunos cambios. Los atentados del 11/9/2001 inauguraron un período de enfriamiento relativo en las relaciones entre EEUU y el mundo árabe, que pasó a ser símbolo de amenaza permanente a la seguridad y estabilidad de Occidente. EEUU no había retirado la garantía de seguridad a las petromonarquías, pero para estas era claro que se había vuelto necesario diversificar las alianzas económicas y estratégicas.
Así, fue casi natural dirigir la mirada hacia países como India y China, con economías dinámicas y pujantes, en plena transformación tecnológica y con sistemas políticos estables. Con una política de “apertura a Oriente”, los países del CCG relanzaron las relaciones con India, instituyendo el Diálogo Político bilateral en 2003.
India vio allí no solo la oportunidad de consolidar el compromiso de los miembros del CCG con el esencial abastecimiento energético, sino también la posibilidad de debilitar su lazo con Pakistán, romper en el proceso una conexión vital para su política de promoción del terrorismo contra India, y ganar simultáneamente aliados importantes para su campaña por el asiento permanente en un Consejo de Seguridad (ONU) reformado.
De todas formas, fue evidente entonces que el tablero político-estratégico regional no había sufrido un desequilibrio fundamental. En el CCG, las alianzas tradicionales con las potencias occidentales parecían comenzar a reencauzarse, y los gobiernos no se veían dispuestos a abandonar una política redituable como la de financiar grupos políticos y paramilitares en países políticamente inestables, para defender sus intereses.
India, por su parte, parecía conforme con una política regional de carácter no intervencionista, de bajo perfil y pragmática, capaz de sostener sus intereses vitales –manifestando su desconfianza sobre su capacidad institucional, factores estructurales de poder y consenso político, necesarios para impulsar acciones y medidas más audaces en una región tan volátil como Medio Oriente.
El resultado: un intercambio poco significativo de visitas oficiales de alto nivel político y ministerial, que consolidaron únicamente los lazos comerciales y de negocios y permitieron considerar nuevas áreas de cooperación.
Realineamiento y confluencia
¿Qué cambió para que el CCG e India decidieran “patear” ese tablero? Para ambos, es claro que los factores decisivos son los ajustes más o menos recientes de EEUU a su política exterior en Medio Oriente, así como lo cambios provocados por este y otros procesos simultáneos, en el balance estratégico entre las potencias regionales.
Para los países del Golfo, la relación de interdependencia con EEUU atraviesa un nuevo período de acomodamiento en el que el acuerdo Irán-P5+1 (5 miembros del Consejo de Seguridad y Alemania) constituye solo el último eslabón de un proceso en donde convergen la crisis económica y financiera de 2008, las transformaciones en el mercado global de la energía y las convulsiones sociopolíticas que atraviesan los países árabes desde el inicio de las insurrecciones en 2011.
Por su parte, India, tras décadas de una política exterior para Medio Oriente centrada en el equilibrio del conflicto árabe-israelí -para mantener los beneficios de una conexión simultánea con Estados rivales entre sí-, se ve compelida a enfrentar el desafío más urgente que le impone la profundización de las líneas de división religiosa en el mundo musulmán, y las consecuencias del repliegue relativo de EEUU en la región, junto al avance simultáneo de potencias emergentes como Rusia y China.
Como consecuencia, las declaraciones anodinas de confluencia estratégica entre India y los países del CCG fueron reemplazadas por mecanismos de cooperación antiterrorista y contra la piratería.
Pero lo que es más importante, parece consolidarse el camino a una confluencia política más amplia a nivel regional: tras el rechazo del gobierno pakistaní a unirse a las coaliciones contra la rebelión houthi en Yemen y contra el terrorismo –auspiciadas y lideradas por Arabia Saudita-, India puede finalmente usufructuar de su política de aislamiento regional contra Islamabad.
A lo anterior hay que sumarle al triunfo de India simbolizado en la deportación de dos sospechosos de los atentados de Mumbai de 2008, las sanciones recientes de Arabia Saudita contra el grupo pakistaní Lashkar-e-Taiba, la firma del Memorando de Entendimiento para la Cooperación en Defensa de 2014, y la aprobación de la Declaración Conjunta de 2016, que cuenta con disposiciones para la cooperación política, en seguridad y en defensa.
Por todo eso, estamos sin lugar a dudas frente a una de las relaciones que tiene el potencial de cambiar el balance de fuerzas en Medio Oriente y rediseñar profundamente su mapa estratégico. Resta ver entonces que las declaraciones realizadas y los compromisos asumidos sean honradas por los actores.
Noticias relacionadas
-
Basma Qaddour: “Células terroristas durmientes en Siria sirven a una agenda occidental”
-
El fuerte y largo brazo que empuña la espada
-
Pablo Sapag: Entrevista en la TV siria
-
Cómo el sionismo está alimentando una guerra religiosa por la mezquita de al-Aqsa
-
A 40 años: Malvinas Argentinas