Cuando la ayuda perjudica (Parte 2)
La asistencia internacional a dictadores los ayuda a cavar su propia tumba.
El destino de ambos países, Kuwait e Irán, no pudo haber sido tan distinto.
Las fuertes protestas que paralizaron la economía durante la Revolución Iraní entre los años 1977 y 1979 desbordaron al Shah. Además, décadas de represión y apoyo de EEUU crearon un golfo entre el régimen y la sociedad que hizo inútil cualquier anuncio de reforma.
Tras asesinar a casi un millón de iraníes e invitar a tropas norteamericanas a ocupar Irán, la dictadura Pahlavi se quedó sin recursos pacíficos para desmovilizar a las masas, y encontró su final el 11 de febrero de 1979.
Por el contrario, en Kuwait la monarquía Sabah supervivió importantes desafíos a partir de 1980. Se destacan: la caída del precio del petróleo, las consecuencias de la Guerra Irán-Iraq, y el intento de derrocamiento producto de la invasión iraquí.
A partir de los tumultos de 1930, el régimen utilizó petrodólares para fortalecer su base política, ganándose de esa manera la buena voluntad de la sociedad kuwaití que celebró el regreso del monarca Sabah tras la Guerra del Golfo. Todo eso a pesar de tener la posibilidad de elegir un nuevo gobierno.
Una política inclusiva de refundación estatal con escasa utilización de métodos represivos, permitió al régimen y la sociedad crear un vínculo de dependencia mutua. De esa manera se garantizó la estabilidad política necesaria durante los tiempos de tumulto.
Ese mutuo entendimiento no puede ser menospreciado, especialmente, si queremos comprender porque algunos libios, sirios y bahreiníes invitaron la intervención occidental con el fin de derrocar sus regímenes en el marco de los Levantamientos Árabes.
La estrategia kuwaití de construir una coalición política amplia de vínculos estrechos con la sociedad y represión limitada nunca fue la primera preferencia de la dinastía Sabah.
De hecho, si no fuera por la negativa británica la monarquía Sabah hubiera preferido reprimir duramente a la oposición durante las décadas de 1930 y 1940. Sin embargo, para continuar en el poder, debió realizar concesiones—bajar los impuestos y abrir la participación política.
De esa forma, el régimen se acostumbró a negociar políticamente y logró ampliar su base de apoyo. Al final, lo que no se consideraba una decisión óptima, permitió una longevidad envidiable al régimen.
Por eso, más allá de la intervención occidental durante la Guerra del Golfo, el intercambio persiste hasta el día de hoy. Y la estabilidad política que construyó es tal, que a pesar de las críticas sobre las formas, pocos cuestionan el gobierno de la dinastía.
Existen un gran número de ejemplos sobre cómo la ayuda internacional influye sobre los gobiernos autoritarios de Medio Oriente. Para ser claro, sólo frente a la posibilidad de su caída los dictadores prefieren métodos represivos por sobre la movilización social.
Si lo pensamos un poco, la lógica es la siguiente: el autoritarismo se basa en la inequidad de la clase dirigente y el resto, por eso sólo frente a circunstancias de extrema necesidad la clase dirigente mirará a los ojos al resto para negociar.
El oportunismo lo es todo.
Al nacer, los nuevos Estados enfrentan una coyuntura crítica con líderes propensos al tropiezo, oposiciones fervientes, y reglas poco claras. En ese escenario, el apoyo externo puede influir sobre el tipo de políticas y condicionar el desarrollo del Estado a futuro: el número de partidos políticos, los programas industriales iniciados, el tamaño de las fuerzas armadas, etc.
En la medida que aumenta la intervención de la potencia, también aumenta el carácter represivo de la política y se desprende de las demandas populares, al punto de que son contraproducentes.
Por ejemplo, varios países de Medio Oriente implementaron una reforma agraria durante la década de 1960. Marruecos redistribuyó la tierra para ampliar su apoyo entre la población rural, mientras que el régimen Pahlavi lo hizo para erosionar el poder de los terratenientes que EEUU percibía como amenaza.
Por su parte, la intervención de una potencia es inútil frente a la crisis política desatada décadas más tarde. En 1979, el régimen del Shah cayó por falta de apoyo iraní, no de apoyo norteamericano. Queda en evidencia entonces que el apoyo de las potencias no protege a sus clientes autoritarios del derrocamiento.
Nota 1: Visite aquí la primera parte de esta nota.
Nota 2: El artículo original fue publicado por el portal Foreign Affairs el día 7 de marzo de 2016.
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