Borges y la utilidad de la muerte
Tomamos parte del trabajo del reconocido escritor, Jorge Luis Borges, para reflexionar sobre el escenario político actual. Esperamos que puedan compartir su opinión con nosotros.
Kilpatrick fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moisés que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Kilpatrick pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado. Las circunstancias de su muerte son enigmáticas; Ryan, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Kilpatrick fue asesinado en un teatro; la policía británica no dio jamás con el matador.Así, nadie ignora que los esbirros que examinaron el cadáver del héroe, hallaron una carta cerrada que le advertía el riesgo de concurrir al teatro, esa noche. Asimismo, En la víspera de la muerte de Kilpatric, se publicaron falsos y anónimos presagios de mal augurio. Ryan descubre que ciertas palabras de un mendigo que conversó con Kilpatrick en el día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible. Ryan indaga que Nolan, compañero y amigo del héroe, tradujo los principales dramas de Shakespeare. También descubre que escribió que las vastas y errantes representaciones teatrales requieren miles de actores. Otro documento le revela que, pocos días antes del fin, Kilpatrick había firmado la sentencia de muerte de un traidor, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no coincide con los piadosos hábitos de Kilpatrick. Ryan investiga el asunto y logra descifrar el enigma.
Kilpatrick fue ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad,y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches.He aquí lo acontecido:
En agosto se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave. Kilpatrick había encomendado a Nolan el descubrimiento del traidor. Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Kilpatrick. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Éste firmó su propia sentencia.
Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. El país idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor un instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.
Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; plagió a Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth, de Julio César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado hizo una pomposa entrada en la ciudad, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Nolan. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada del país. Kilpatrick, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y con palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que a fin de mes, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe.
Ryan finalmente comprende que todo el acto estuvo armado desde un principio por Nolam. Este intercaló pasajes de Shakespeare y se aseguró que determinadas personas interpretaran a la perfección su papel; para que una vez muerto el ministro, la ciudad consternada continuara con la farsa, sin cuestionarla, olvidándose del traidor y legitimando al héroe. Ryan, decide silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto.
del traidor y del héroe, J. L. Borges 1944
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