Apoyar incondicionalmente autócratas árabes no es la solución
Fareed Zakaria es columnista de temas internacionales para el diario Washington Post y conductor del programa GPS de la cadena de noticias CNN. Sus artículos de opinión son reproducidos por varios medios gráficos, y se caracterizan por la claridad de su pensamiento.
El caos que atraviesa Yemen—con yihadistas llenando el vacío de poder—sorprendió a más de un analista. Porque hasta hace unos meses atrás Washington presenta al país como modelo de la lucha anti-terrorista. Sin embargo, debido a que el proceso político del país recorrió un camino conocido, la situación actual no debe sorprender a nadie. Quiero decir, durante 33 años Yemen fue gobernado por Ali Abdullah Saleh; un dictador secular que reprimió a los grupos disidentes, especialmente aquellos de corte sectario y religioso. Además, Saleh se abalanzó sobre la guerra anti-terrorista de Washington, a cambio de dinero, armas y entrenamiento militar estadounidense.
La represión característica del gobierno de Saleh incentivó la aparición de movimientos políticos y militares de oposición, obligando su salida durante la Primavera Árabe en 2012. En clara oposición a las promesas realizadas de un gobierno más representativo para Yemen, Washington y Saná impusieron a Mansour Hadi como nuevo presidente. Hadi, ex asesor de Saleh, recurrió rápidamente a las prácticas represivas de su antecesor, olvidando las promesas de mayor inclusión y participación política. A modo de reflexión y en tono irónico Al Muslimi, quien el último verano escribió un ensayo muy intuitivo para la revista Foreign Affairs, decía que “el número de gobernantes electos se redujo a cero.”
La respuesta no se hizo esperar, y la oposición e insurgencia creció rápidamente. Para entender como la lucha por el poder a veces anima a los movimientos de oposición sectarios, la siguiente consideración es reveladora: Saleh fue forzado a reprimir a los Houthis durante su presidencia a pesar de la afinidad religiosa. Hoy, Saleh y su familia se aliaron con los Houthis para intentar volver a ocupar la presidencia.
Esta es la matriz que produce el terrorismo en el Mundo Árabe; progresiva ilegitimidad de regímenes represivos y seculares—apoyados por Occidente. Porque el gobierno se vuelve cada vez más represivo y la oposición cada vez más violenta y extrema, dejando al compromiso, el pluralismo y la democracia sin oportunidad. Así, a partir del momento en que Washington brinda su apoyo al dictador, las demandas locales de los grupos insurgentes y yihadistas se vuelve anti -estadounidenses.
Hoy, la historia se repite sin haber aprendido lección alguna. Porque el Presidente Barack Obama alaba a su par egipcio Abdel Fattah Al Sisi, a pesar de las denuncias realizadas por el Observatorio de Derechos Humanos, ante la muerte y encarcelamiento de cientos de manifestantes egipcios, mayoritariamente miembros de movimientos de oposición. Al igual que su antecesor Hosni Mubarak, Sisi recurrió a prácticas represivas de gobierno. Además, sostiene una política de censura y detención de periodistas.
Obama no fue el único. El intelectual Ayaan Hirsi Ali también alabó a Sisi por la búsqueda de una opción política moderada del Islam. Por su lado, el Senador Republicano por Tejas, Rafael Edward Cruz, aplaudió al presidente egipcio por denunciar movimientos Islámicos, contrastándolo con la posición adoptada por Obama. Por último, el Diputado Republicano por Tejas, Louis Bullert, comparó al general egipcio con George Washington, por su singular determinación.
Que dictadores militares promuevan una versión moderada del Islam político en el Mundo Árabe no es la norma. De hecho el General Gamal Abdel Nasser, primer presidente del Egipto moderno, detuvo a los miembros de la Hermandad Musulmana; organización a la que calificó públicamente como retrógrada y oscurantista. Su sucesor, Anwar Sadat, aumentó la persecución iniciada por Nasser. Fue bajo ese clima represivo cuando nació Al Qaeda; en las cárceles de Egipto durante la década de 1970.
Más allá de si son seculares o encierran yihadistas o firman la paz con Israel, un presidente estadounidense entendió el peligro asociado con el apoyo incondicional a dictadores árabes. Él dijo, “la búsqueda de excusas y el ser complacientes con la falta de libertad en el Medio Oriente durante 60 años hicieron poco por nuestra seguridad.”
Su Secretaria de Estado fue aún más contundente para establecer esa conexión. Ella dijo que en el Mundo Árabe “no hay canales legítimos para la expresión política. Esto no significa una ausencia de militancia política. De hecho, la hay; en madrazas y mezquitas radicales, razón por la cual nadie debe sorprenderse cuando los mejores ejemplos de militancia política se encuentran entre los grupos extremistas. Es allí, en las zonas grises, donde Al Qaeda encontró una fuente de almas perturbadas sensible al reclutamiento de soldados para su guerra milenaria contra el distante enemigo.”
El presidente era George W. Bush y la secretaria Condoleeza Rice. A pesar que aplicó el remedio tradicional—ocupación y cambio de régimen en Irak—la justeza de su diagnóstico es iluminadora. El Mundo Árabe atrapado entre dictadores represivos y democracias parciales no ofrece soluciones. En otras palabras, apoyar autócratas incondicionalmente no es la respuesta.
Por eso, a medida que Occidente profundiza su apoyo a dictadores en Yemen y Egipto, y participa en intervenciones militares junto con la monarquía absoluta de Arabia Saudita, merece preguntarnos qué ocurre las sombras de la sociedad, las mezquitas y cárceles de esos países.
Nota: Originalmente publicado el 26 de Marzo de 2015 por el Washington Post.
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