Libia elige un nuevo Parlamento entre la anarquía y el yihadismo
Libia celebró ayer bajo un clima de incertidumbre elecciones parlamentarias. Nada hace presagiar que el caos reinante vaya a diluirse con unos comicios organizados a toda prisa y que encontraron en la levantisca región del este, sobre todo en la ciudad de Derna, sus principales obstáculos para un normal desarrollo, según la agencia France Presse.
Son las segundas elecciones parlamentarias desde que el dictador Muamar Gadafi fue derrocado y muerto en 2011. El país magrebí, que acudió por vez primera de manera libre a las urnas en julio de 2012, elige a los titulares de 200 escaños en medio de una espiral de inseguridad y anarquía institucional de rumbo impredecible. El Parlamento saliente ha sido escenario durante estos dos años de las insalvables diferencias entre los que quieren un modelo de país más liberal y los que defienden las opciones islamistas.
La revolución que se tornó en la guerra civil con la que se puso fin a las cuatro décadas de gadafismo dejó de herencia un enorme número de guerrillas –muchas de ellas rebeldes frente a las nuevas autoridades–, que hacen que el país siga siendo ingobernable.
Los atentados, asesinatos, secuestros y ataques de todo tipo jalonan la vida cotidiana de los libios, especialmente en el este, donde el levantamiento popular tuvo su germen. Es en esa región, con capital en la ciudad de Bengasi, la segunda del país, donde tienen su principal escenario las rencillas y rivalidades entre distintos grupos y tribus.
Baste como muestra el papel que juega el general Jalifa Heftar, exiliado durante dos décadas en Estados Unidos, que regresó en 2011 para estar entre los que dieron la puntilla al sátrapa y que recientemente ha intentado hacerse por la fuerza con las riendas del país escudado en la debilidad de las autoridades frente al órdago yihadista, sobre todo en el este. Es ahí donde los hombres de Heftar y grupos radicales islámicos mantienen abierto un frente activo desde hace varias semanas.
Otro ejemplo es la poderosa milicia de Zintán, al suroeste de Trípoli, que detuvo y todavía mantiene bajo su control a Seif el Islam, el hijo de Gadafi que estaba llamado a sucederle.
Junto a esos pseudoejércitos sin control oficial han proliferado también los grupos radicales islámicos más o menos próximos a la órbita de Al Qaeda y que aprovechan las porosas fronteras y las infraestructuras terroristas disponibles en la región para echar raíces donde hasta 2011 mandaba con puño de hierro Gadafi.
Todo ello está lastrando mucho más de lo esperado la formación de las nuevas Fuerzas de Seguridad, que no despegan ni con la ayuda de Estados Unidos, que vio cómo el verano pasado una de las milicias locales le robaba las armas y equipos con los que formaba a militares locales en la lucha contra el terrorismo.
La mitad de inscriptos
Solo algo más de un millón y medio de electores de los tres y medio que tienen derecho se han inscripto en las listas electorales, lo que explica la desilusión reinante en unos ciudadanos que hace tres años veían con gran esperanza el proceso de liberación abierto. Ese millón y medio, en el que ha podido influir también un proceso de inscripción más farragoso, es la mitad de los que se alistaron para votar en los anteriores comicios parlamentarios, en el verano de 2012.
Los bereberes que, como en otros países del Magreb luchan por el reconocimiento de su historia, lengua y cultura, han llamado oficialmente a boicotear el proceso.
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