Nuevo gobierno, viejos problemas: ¿qué le espera al Líbano?
El flamante gobierno libanés, encabezado por Nawaf Salam y el presidente Joseph Aoun, arranca su gestión en medio de un panorama complicado: ocupación israelí en el sur, crisis económica galopante y una fuerte injerencia extranjera. Mientras algunos lo ven como una oportunidad de cambio, otros advierten que la jugada de Washington y Riad busca arrinconar a la Resistencia y consolidar un modelo más funcional a sus intereses.
El nuevo gobierno libanés finalmente tomó forma luego de meses de negociaciones y presiones externas. Con Nawaf Salam como primer ministro y Joseph Aoun en la presidencia, la administración arranca con promesas de estabilidad y reformas, pero con una realidad que le juega en contra. La crisis económica sigue sin resolverse, la ocupación israelí en el sur persiste y la injerencia extranjera es más que evidente. La conformación del gabinete refleja esta última tendencia: la exclusión de aliados de la Resistencia libanesa, la presencia de figuras cercanas a Washington y la creciente influencia de Arabia Saudita marcan el tono de lo que parece ser un gobierno más alineado con los intereses occidentales que con los del pueblo libanés.
Uno de los primeros desafíos que enfrenta esta administración es la negativa de Israel a retirarse de territorio libanés. Según el acuerdo de alto el fuego, el régimen de Tel Aviv debía abandonar cinco puntos estratégicos en la frontera el 18 de febrero. Sin señales aún, sino que pidió una nueva prórroga con el visto bueno de Washington. En los hechos, esto significa que miles de desplazados libaneses siguen sin poder volver a sus hogares, mientras el gobierno se mantiene cauteloso frente a una nueva violación de la soberanía nacional.
Otro punto crítico es la posible eliminación de la doctrina de la Resistencia en la declaración ministerial. Desde el fin de la guerra civil, todos los gobiernos libaneses han mantenido en su discurso oficial la fórmula “pueblo, ejército y resistencia”, que reconoce el derecho del Líbano a defenderse de la ocupación israelí. Esta línea histórica ahora está en peligro, ya que la administración de Salam, bajo presión de Estados Unidos y sus aliados, evalúa remover cualquier referencia a la Resistencia. La excusa es que el Ejército debe ser la única fuerza armada del país, pero la realidad es que las Fuerzas Armadas libanesas dependen de financiamiento extranjero y no tienen la capacidad de enfrentar una agresión israelí sin apoyo interno.
El gabinete, diseñado con una fuerte injerencia extranjera, incluye a ministros cercanos al FMI y a figuras alineadas con la política de ajuste impuesta por los organismos internacionales. Esto preocupa a gran parte de la población, ya que los sectores más afectados por la crisis económica temen que el gobierno implemente más medidas en favor de los bancos y de las élites económicas, mientras los pequeños ahorristas siguen pagando las consecuencias del colapso financiero. En este contexto, el nombramiento de figuras con vínculos con el sector bancario y la exclusión de economistas que proponían una reestructuración del sistema financiero generan aún más incertidumbre sobre el rumbo económico del país.
El regreso de Saad Hariri al escenario político suma otro factor de tensión. Tras años de ausencia, el ex primer ministro anunció la reactivación de su partido, el Partido Futuro, lo que podría reconfigurar el equilibrio de poder dentro de la comunidad sunnita. Hasta ahora, Salam tenía vía libre para manejar las designaciones en el Estado, pero con Hariri de vuelta, el tablero político podría cambiar, generando disputas internas y debilitando aún más la estabilidad del gobierno.
En el corto plazo, el gabinete de Salam deberá enfrentar dos pruebas clave: las elecciones municipales y la designación de más de 450 vacantes en la administración pública, muchas de ellas en áreas estratégicas como seguridad y justicia. Estos nombramientos estarán marcados por la puja entre los distintos sectores políticos, que buscan colocar a sus aliados en posiciones clave. Pero más allá de la política interna, el verdadero desafío sigue siendo el mismo de siempre: la ocupación israelí, la crisis económica y el intervencionismo extranjero.
Si el gobierno no toma decisiones firmes en estos frentes, su margen de maniobra se reducirá rápidamente y el Líbano seguirá atrapado en la misma espiral de crisis e inestabilidad de los últimos años.
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