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lunes, 09 de mayo de 2022

Elecciones libanesas, mucho más que unas legislativas

Por Pablo Sapag para Diario Sirio Libanés

La crisis económica y todas sus aristas han supuesto un choque de realidad para el Líbano, pero también la posibilidad de encontrar en su espacio natural algunas soluciones a sus problemas. El autor comparte su análisis desde Beirut.

Este 15 de mayo 4 millones de libaneses están llamados a renovar el Parlamento del castigado país levantino. Justamente por eso se espera una mayor participación que en los comicios de hace cuatro años. Un indicador de ello es el número de libaneses en el extranjero que se han registrado para votar, casi tres veces más que en 2018. 

El interés electoral de la diáspora coincide con una nueva ola de emigración desde un país que desde hace siglo y medio no deja de ver cómo sus hijos buscan otros horizontes. Tan es así que se calcula que los libaneses y descendientes en el exterior triplican a aquellos que todavía viven en el país de los cedros.

La corriente migratoria actual tiene que ver con la seguidilla de situaciones extremadamente difíciles que vive el Líbano desde finales de 2019. En octubre de ese año saltó por los aires el sistema de cambio fijo con el dólar que regía de hecho desde hacía casi tres décadas. Durante todo ese tiempo un dólar se transaba a 1500 liras libanesas, lo que hacía que ambas monedas fueran de uso indistinto a todos los efectos. Hoy un dólar supera las 23 mil liras libanesas.

La devaluación fue el resultado de la negativa de Francia, EE UU y Arabia Saudita a seguir prestando plata sin límites a un país al que por un siglo han utilizado como un peón para hacer avanzar sus agendas regionales e incluso globales. Al perder valor estratégico, la ensoñación de la “Suiza del Medio Oriente” y otras lindezas se demostraron tan huecas como el artificioso valor de cambio de una lira libanesa que Francia y algunos políticos locales se empeñaron desde 1920 en adelante en desconectar de la lira siria y, por lo mismo, de la economía del único vecino que tiene el Líbano, teniendo en cuenta que al sur Palestina sigue ocupada.

A la sequía crediticia impuesta a un país al que por su tamaño y escasa estructura productiva ha vivido de los servicios financieros, siguió un corralito bancario con el que se quiso evitar el colapso financiero. Aun así se produjo, llevando al Líbano a la bancarrota y a lo que el Banco Mundial considera sino la más grave, una de las peores crisis económicas de la historia mundial, con una contracción del PIB del 58% entre 2019 y 2021.

En el cepo bancario también quedaron miles de millones de dólares de capitales sirios, algunos de origen tan remoto que preceden a la separación de Siria y Líbano impuesta por la ocupación francesa hace un siglo. Otros llegaron más recientemente a la banca libanesa para sortear las medidas económicas coercitivas impuestas a Siria por la Unión Europea y Estados Unidos. De esa manera, y aunque con dificultades, Siria pudo mantener en funcionamiento su aparato industrial sirio, que a su vez es proveedor del mercado libanés.

La tragedia del puerto de Beirut

Al colapso económico contribuyó la pandemia, pero también la devastadora explosión en el puerto de Beirut registrada el 4 de agosto de 2020. El hecho, todavía no aclarado en todos sus extremos, se cobró la vida de 218 personas, dejó a otras 7000 heridas, a 300 mil sin hogar y ocasionó daños materiales por valor de 15 mil millones de dólares, equivalentes a más de la cuarta parte del PIB del Líbano anterior al hundimiento de su economía.

La explosión se produjo en unos almacenes del puerto en los que por años temerariamente se acumularon toneladas de nitrato de amonio. Al dolor por la pérdida de vidas se sumó la indignación por el peligro al que la negligencia, la corrupción o una combinación de ambas habían expuesto a la población.

Para muchos, las mismas razones explican la falta de electricidad, la ausencia de recogida periódica de basuras y de otros muchos servicios básicos, que o bien están privatizados o sencillamente no existen. Con los sueldos jibarizados y el estado sin una sola lira en sus cofres, esas inconveniencias que antes se minimizaban mal que bien pagando sobreprecios abusivos en dólares ahora ya no se pueden ocultar.

Incluso en barrios céntricos de Beirut no hay luz eléctrica, salvo la que proporcionan los generadores a diésel o gasolina, combustibles que también escasean. De ahí que los semáforos no funcionen o que el siempre animado y luminoso barrio de Hamra languidezca en la oscuridad de calles en las que se acumula la basura. Desperdicios inmundos que se disputan gatos y recicladores convertidos en eso tras perder sus anteriores empleos.

De semejante debacle la población culpa a los políticos. Lo reflejan las paredes de Beirut, llenas de pintadas en las que se les acusa de todos los males. Les acompañan los rostros de quienes perdieron la vida en la explosión del puerto. Comparten espacio público con monumentos a políticos asesinados en las últimas cinco décadas, como el ex primer ministro Rafiq Hariri o Kamal Jumblatt, rostros visibles de sagas políticas que perduran, aunque el hijo del primero haya decidido no concurrir a estas elecciones. El también ex primer ministro, Saad Hariri, desmovilizó incluso su partido Futuro, hasta ahora articulador de unos sunníes hoy tan inseguros ante el avance demográfico de los shiíes como hace cuarenta años atrás lo estuvieron los cristianos maronitas por el entonces empuje sunní.

Un sistema político peculiar

La desconexión de la ciudadanía con los políticos tradicionales ha motivado que en estas elecciones y junto a los partidos tradicionales con base territorial, familiar y sectaria hayan surgido en algunos distritos electorales candidaturas independientes que aspiran a hacerse con alguno de los 128 escaños en juego. La mitad son para cristianos y el otro cincuenta por ciento para musulmanes, aunque dentro de cada tronco religioso hay un reparto proporcional por confesión.

El sistema político libanés fue impuesto al país durante la ocupación francesa de Bilad al -Sham, cuando París desgajó al Líbano de Siria, amputó otras partes del territorio y pretendió crear otros cuatro pseudo estados que, sin embargo, los sirios lograron revertir. De acuerdo a ese sistema político confesionalizado al extremo, el presidente de la República siempre será un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunní y el presidente del Parlamento un musulmán shií asistido por un vicepresidente cristiano greco ortodoxo.  

Desde el exterior se ha pretendido que la confesionalización del sistema político es la causa única de todos los males del Líbano. De manera interesada se obvia así su origen pero también su funcionamiento a la libanesa, que en la práctica y en la medida de lo posible trata de reconciliar la siempre cambiante realidad demográfica con el rígido corsé impuesto por Francia.

Los parlamentarios se eligen por cuotas confesionales y territoriales, pero ello no quiere decir que su agenda sea religiosa. Por convicción o porque el propio sistema promueve la creación de coaliciones en el Parlamento, lo relevante no es la religión sino el modelo de país que representa cada parlamentario y el bloque político al que pertenece. De ahí, por ejemplo, que el Movimiento Patriótico Libre del actual presidente Michel Aoun esté en la misma coalición parlamentaria que el partido shií Hezbollah o el laico Partido Social Nacional Sirio, en el que hay libaneses de todas las confesiones, aunque destacan los cristianos ortodoxos de rito griego, como su fundador Antún Saádeh, que tantos años residió en la Argentina y Brasil y tanta influencia tuvo entre las comunidades de expatriados siriolibaneses de América Latina.  

Tanto o más que al finalizar el conflicto armado y la invasión israelí que asoló el país en décadas pasadas, Líbano se enfrenta a una auténtica encrucijada. Por eso la función de los parlamentarios electos será más decisiva que nunca. A la siempre compleja elección del Presiente de la República y las negociaciones para la formación de gobierno y el reparto de carteras, se suma ahora la necesidad de definir estratégicamente el futuro del país.

Abandonado por sus otrora patrones internacionales y con poderosos competidores en el Golfo Pérsico en el ámbito de la economía financiera y de servicios, Líbano debe decidir. Toca elegir si quiere seguir dependiendo de potencias extranjeras para las que estratégicamente hoy vale mucho menos, o si deja de darle la espalda a la región a la que pertenece por historia, lengua, geografía, cultura y costumbres sociales. Lo demuestra la Plaza de los Mártires de Beirut, que al igual que su homóloga en Damasco recuerda a los patriotas ejecutados en los estertores del Imperio turco otomano. También la multi-confesionalidad o el uso de la lengua árabe, rasgos sociales distintivos de todo Bilad al-Sham. Por no hablar de la gastronomía o la música. 

De la crisis a la oportunidad

La crisis económica y todas sus aristas han supuesto un choque de realidad para el Líbano, pero también la posibilidad de encontrar en su espacio natural algunas soluciones a sus problemas.  Los libaneses ya reciben petróleo iraní transportado a través del Mar de Siria hasta el puerto de Baniás, en la República Árabe Siria, y desde allí al Líbano. El país de los cedros también verá muy pronto como se incrementa su suministro de gas y electricidad gracias al acuerdo que facilitará al Líbano recibir desde el Sinaí gas egipcio o gas ya transformado en electricidad a través de Jordania y Siria. De una u otra forma, todos los países involucrados han sido históricamente componentes integrales de ese milenario Bilad al-Sham que los franceses pretendieron trocear para hacerlo desaparecer.

Aunque también ha sufrido una enorme pérdida en relación a otras divisas, la lira siria no se ha devaluado tanto como la libanesa por lo que en las localidades fronterizas hoy se cambia y se ve con menos desdén que antes. Incluso hoy es posible ver libaneses trabajando en Siria en puestos antes impensados. Camareros o pinches de cocina en locales de comida rápida en Homs o algún taxista en Damasco. Sobre todo si pertenecen a familias con miembros a uno y otro lado de la artificial frontera legada por la ocupación francesa y, por lo mismo, sabedores de que las oportunidades siempre han estado a uno y otro lado. 

Según la propia Seguridad Libanesa casi un cuarto, del algo más de un millón, de sirios desplazados al Líbano han regresado ya a su país. Al aflojar las restricciones por la pandemia, se espera que ese ritmo de retornos aumente, sobre todo ahora que se acaba de anunciar la apertura de un nuevo paso fronterizo que se sumará a los cinco ya plenamente operativos entre Líbano y Siria. Más que nunca desde que Francia impuso la partición. Unos corredores por los que el tránsito ya empieza a equilibrarse en las dos direcciones.

Demografía, economía, geografía, historia y sobre todo realidad, parecen imponerse. Este domingo 15 de mayo los libaneses tienen la palabra.      

 

 

Pablo Sapag M. es investigador y Profesor Titular de Historia de la Propaganda, de la Universidad Complutense de Madrid. Es colaborador del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile y académico en distintas casas de estudios de Chile, Reino Unido y Grecia. Es autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).

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