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Palestina
miércoles, 09 de abril de 2014

Aniversario de la masacre de Deir Yassin

Cada día 9 de abril se cumple un nuevo aniversario de una de las masacres más cruentas y poco conocidas de la historia. Se trata de la masacre de Deir Yassin, un crimen que por sus características e implicancias políticas jamás debe caer en el olvido. Deir Yassin era una pequeña aldea palestina ubicada a 3 kilómetros al oeste de Jerusalén, que para el año 1948 no llegaba aún a los 800 habitantes.

Cada día 9 de abril se cumple un nuevo aniversario de una de las masacres más cruentas y poco conocidas de la historia. Se trata de la masacre de Deir Yassin, un crimen que por sus características e implicancias políticas jamás debe caer en el olvido.

Deir Yassin era una pequeña aldea palestina ubicada a 3 kilómetros al oeste de Jerusalén, que para el año 1948 no llegaba aún a los 800 habitantes.

 La población estaba compuesta por familias de pacíficos agricultores que se dedicaban al cultivo de granos, vegetales, frutas y aceitunas. Como buenos musulmanes, tenían su mezquita, a la cual los hombres siempre concurrían a orar.

 Desde hacía tiempo padecían la ocupación inglesa, pero sabían que a su patria habían comenzado a llegar miles de sionistas que, inspirados por el proyecto delineado por Teodoro Herltz, querían usurpar su territorio para fundar un nuevo "Estado". Lo que la aldea no sabía es que estaba en la mira de estos terroristas, y que serían atacados por una banda liderada por un soldado despiadado que haría luego una exitosa carrera en el régimen israelí, Menahem Begin.

 Fue en la noche del 9 de abril del año 1948 cuando, bajo instrucciones expresas de la Jewish Agency, guerrilleros sionistas ingresaron a Der Yassin y desataron una carnicería en la que mataron a más de la mitad de la población. El objetivo era instalar el miedo entre los palestinos para lograr forzar la entrega de territorios y crear Israel.

 El ataque

 Los sionistas se habían dividido en tres grupos: "Aragón Tsfai Leumi", dirigido por Begin, "Shteren" y "Haganá", al mando de Yenshorin Sheif. Cuando cayó la noche del 9 de abril se parapetaron en las afueras de la aldea a la espera de la orden de ataque. La misma fue recibida a las 2 AM del día 10.

Los grupos irrumpieron violentamente en Deir Yassin, con carros blindados y llamando a la población por altoparlantes. Entraron por el sur y a través de los amplificadores le dijeron al pueblo: "Vayan al oeste, camino al pueblo de Ein Karem, y no les pasará nada". Los inocentes agricultores, temerosos y crédulos, les hicieron caso y se encaminaron a su muerte.

Cuando ya se encontraban en las calles, los palestinos vieron a los paramilitares que se dirigían hacia ellos de entre las penumbras de la noche, y fue entonces cuando comenzaron a recibir ráfagas de metralla. El pánico se apoderó de la aldea. Los sionistas no tenían piedad, mataban a sangre fría a hombres, mujeres, ancianos y niños. Entraban a las casas de aquellos que intentaban refugiarse y colocaban granadas para destruirlas. La aldea se transformó en un infierno, un infierno perpetrado por la dirigencia sionista mundial.

Zseifi Ankory, miembro de Haganah, destacó luego en su parte: "Entré a 6 o 7 casas. Vi aparatos genitales arrancados, vientres de mujeres abiertos y machacados. A juzgar por las señales de los cadáveres, fueron matados directamente con cuchillos". Los cuchillos eran una de las armas favoritas de los guerrilleros sionistas. Con ellos degollaron a los más jóvenes y a las mujeres "para no gastar balas".

En total masacraron a más de 400 personas, y la prensa internacional de la época intentó ocultar las cifras. El diario The New York Times, al hacer referencia al tema, primero lo minimizó y dijo que "habrían muerto" 254 personas. Apenas 40 aldeanos pudieron escapar. El resto tuvo que esconderse entre las ruinas, pues los fanáticos los buscaban para matarlos y no dejar más testigos.

 Al respecto, Jack de Reine, observador de la Cruz Roja Internacional, elaboró un contundente informe. Un relato posterior de este funcionario da una visión meridiana de lo que allí aconteció: "Los judíos rechazaron ayudarme y protegerme, vestían uniformes verde olivo y usaban cascos, todos sus miembros eran jóvenes y adolescentes, varones y hembras, estaban armados con metralletas, rifles, granadas; tanto sus armas como sus uniformes estaban llenos de sangre, éste era el grupo encargado de asesinar a los sobrevivientes".

 El grupo Haganah fue el que debía enterrar los cuerpos de las víctimas. Su jefe, Yenshorin Sheif, recordaba con sarcástica alegría el sangriento acontecimiento: "aquel día primaveral era maravilloso, los árboles de almendra estaban llenos de flores, pero por todos los lados venía el olor desagradable de los cadáveres que enterrábamos en la fosa común, y se veía el destrozo del pueblo".

 Como mencionamos antes, la Cruz Roja intentó entrar enseguida a la aldea, pero los paramilitares pretendieron impedírselo.

 Deir Yassin fue para el sionismo una "victoria". Se ufanaba de haber masacrado a un pueblo indefenso, se vanagloriaba de haber matado a niños y mujeres, de haber dejado en ruinas a una laboriosa aldea agrícola cuyo único "delito" era ser Palestina. Esta barbarie fue el génesis de Israel, y el mismo Menahem Beguin, señaló años más tarde: "lo que ocurrió en Deir Yassin y su divulgación ayudó a triunfar en batallas decisivas y allanó el camino al futuro".

Y fue así. Antes del 15 de mayo, mientras aún Palestina estaba bajo dominio inglés, los guerrilleros sionistas ocuparon varias ciudades más y terminaron produciendo el éxodo de 3 millones de palestinos. Luego, con la ayuda anglosajona, el sionismo logró en ese mismo 1948 que la ONU diera el visto bueno a la constitución de Israel.

 

Menahem Beguin, el jefe de la masacre

 Una mención especial merece la figura de quien lideró el ataque a Deir Yassin. Menahem Beguin no fue un simple fanático sionista, sino que se transformó en uno de los líderes de Israel gracias a su espíritu despiadado, alimentado por un odio criminal.

Nacido en 1913 en Polonia, ya a los 16 años se enroló en el movimiento sionista Bethar, organización paramilitar cuya misión era "defender la judeidad en Polonia". En 1938 terminó por convertirse en cabecilla de la banda, que reunía a unos 70.000 miembros.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue detenido temporalmente por autoridades soviéticas, pero sus buenos contactos con sionistas rusos lo libraron pronto de su encierro en Siberia. En 1941 se alistó en el denominado "Ejército Libre Polaco", y en 1943 encontró una excusa para ir junto con sus secuaces a Medio Oriente. Al llegar allí tomó contacto con el grupo clandestino Irgun, que estaba levantándose en armas contra la administración inglesa y la población palestina en pos de la invención de Israel. Beguin se salió del ejército polaco y comenzó a realizar atentados para Irgun. Sus métodos eran tan violentos y aberrantes que incluso chocó con Ben Gurión, otro conocido sionista autor de innumerables crímenes de lesa humanidad.

Deir Yassin fue en la "foja de servicios" de Beguin un antecedente de alta importancia para los israelíes. En la década del ´50 fundó el partido Jerut, que posteriormente se convertiría en el Likud.

 En 1977 Beguin se convirtió en primer ministro del régimen sionista de ocupación. Irónicamente, en 1978 este criminal obtuvo el Premio Nobel de la Paz.

 Tras esto, el "guerrero de la paz", como lo llamaba la prensa, ordenó en 1982 la invasión al Líbano. Su ministro de Defensa era Ariel Sharón, y su última acción de gobierno fue otra masacre, la de Sabra y Chatila. Tras este crimen, Beguin no pudo mantenerse frente a la comunidad internacional y debió dimitir. Murió en 1992 a los 79 años, sin haber pagado por todos sus delitos contra la Humanidad.

 

Informe de Jack de Reine (Representante oficial del Comité de la Cruz Roja Internacional)

 -Sábado, día 10 de abril después del mediodía, recibí una llamada telefónica de los árabes pidiendo socorro, precisaban de mi presencia de forma inmediata en Deir Yassin diciendo que se estaba cometiendo una carnicería total contra el pueblo.

 Se me informo más tarde de que unos extremistas de la banda Irgun, eran los autores de esta acción. La Agencia Judía y la Haganá dijeron que ellos no sabían nada sobre la cuestión, y que por otra parte, era casi imposible franquear la zona donde estaban las fuerzas del Irgun. Me pidieron que no participara en esta cuestión, ya que corría gran peligro si me desplazaba hasta la zona.

No solo rechazaban ayudarme, es más, ellos no se hacían responsables de lo que seguramente me podía ocurrir. Yo respondí que me iba de todos modos. Esta nefasta agencia ejerce su poder sobre todos sectores que están bajo control judío, y debería de responsabilizarse de mi seguridad mientras hago mi trabajo en dichos sectores.

En realidad no sabía qué hacer, sin el apoyo de los judíos es prácticamente imposible llegar hasta ese pueblo. Después de pensarlo mucho me acordé de una enfermera judía que trabajaba en un hospital y que me había pedido con anterioridad que la llevara allí; me había dado su teléfono y me había dicho que la podía llamar si era necesario, así que la llamé, ya a última hora de la tarde, y le conté lo que pasaba. Acordamos quedar en un sitio al día siguiente a las siete de la mañana donde me esperaría una persona, y que yo acudiría en mi coche particular.

 Al día siguiente y exactamente a la hora acordada, apareció un individuo con ropa civil, pero llevaba una pistola; se introdujo en mi coche de un salto y me pidió que condujera sin parar, hablamos y aceptó indicarme el camino de Deir Yassin, pero me comunicó que él no podía hacer más y me dejó solo. Salí a las afueras de Jerusalén, dejé la carretera principal junto al último puesto militar y seguí por un camino que cruzaba. Al poco tiempo se me ordenó parar por dos soldados armados.

Comprendí de ellos que tenía que apearme para ser cacheado, después, uno de ellos me ha hecho comprender que soy su prisionero, pero el otro me cogió de la mano, no sabía ni inglés ni francés, pero en alemán pudimos entendernos; me contó que era feliz por ver a uno de la Cruz Roja por aquí, que él había sido prisionero en Alemania, y que le debe la vida a la delegación de la Cruz Roja que intervino para salvarle. Me dijo que para él, yo era más que un hermano, que haría todo lo que yo le pidiera. "Vamos a Deir Yassin entonces", le dije.

 Llegamos a una distancia de 500 metros del pueblo, y tuvimos que esperar un largo tiempo para obtener un permiso de entrada; cada vez que se intentaba cruzar hacia el lado judío se exponía uno al fuego de los árabes, y los del Irgun tampoco querían facilitar las cosas; finalmente se me acercó un hombre del Irgun, tenía una mirada fría, muy dura y extraña. Le dije que estaba en un acto humanitario, que no pretendía hacer una investigación, solo quería ayudar a los heridos y contar los muertos, les expliqué que los judíos firmaron los Convenios de Ginebra, así que estoy en una misión oficial. Esta frase ultima le enfureció, me dijo que aquí solo mandaba el Irgun y nadie más, ni siquiera la Agencia Judía. El hombre que me guió al escuchar el alboroto intervino. Después, me dijo el oficial que podía hacer lo creyera conveniente, pero bajo mi propia responsabilidad. Me contó la historia de ese desgraciado pueblo, que según él lo habitaban 400 árabes, que vivían siempre desarmados, convivían bien con los judíos que les rodeaban, todo esto siempre según ese oficial. Pero llegaron los del Irgun hace 24 horas y ordenaron con la megafonía a todos los habitantes evacuar el pueblo y rendirse. Quince minutos después del escueto aviso, algunas personas salieron y fueron tomadas como prisioneros, acto seguido, empezaron a disparar hacia las líneas árabes, el resto que no obedeció las órdenes se enfrentó a su suerte. "Pero no hay que exagerar solo hay algunos muertos, que nada más terminemos de las operaciones de limpieza del pueblo los vamos a enterrar".

 Esta historia del oficial me ha causado escalofríos, decidí volver a Jerusalén para buscar un camión o una ambulancia, lo hice y llegué con mi pequeña caravana, entonces de la parte árabe ya no se disparaba. Vi a fuerzas judías con uniformes iguales todos, entre ellos pequeños, adolescentes, hombres y mujeres armados con muchas pistolas, ametralladoras, bombas y grandes cuchillos. Vi a una pequeña muchacha con ojos muy criminales, vi su arma goteando sangre, y llevaba el cuchillo como si de una medalla se tratara. Ese era el equipo de limpieza, que seguramente ha llevado a cabo la tarea de una manera muy satisfactoria.

 Intenté entrar en uno de los edificios, me rodeaban 10 soldados, dirigían sus armas hacía mi, el oficial me prohibió entrar en aquel sitio, dijo que ellos se encargarían de sacar los cadáveres hasta donde estoy. Me puse nervioso y expresé a esos criminales lo mal que me sentía a raíz de su comportamiento, que no aguantaba más y empecé a empujarlos. Finalmente pude entrar.

 La primera habitación estaba a oscuras, desordenada y no había nadie; en la segunda encontré entre mantas y muebles destrozados cadáveres fríos, se les había ametrallado después de tirar alguna que otra granada, y finalmente se les apagó el resto de vida a base de cuchillo.

 Lo mismo ocurría en la siguiente, pero cuando me dispuse a salir, pude oír algo como un quejido, empecé a buscar en todas partes y tropecé con un pie pequeño que aun estaba caliente, era una niña de 10 años, estaba herida de gravedad por una granada, pero aún vivía. Quise llevármela conmigo pero el oficial se interpuso y cerró la puerta de salida, le empujé y con la ayuda del soldado que estuvo prisionero en Alemania salí con mi trofeo.

 Los coches ambulancia partieron totalmente cargados y con orden de vuelta al lugar. Animado por el hecho de que no se atrevían a atacarme directamente, decidí que había que continuar.

 Di ordenes para cargar unos camiones con los cadáveres que había encontrado, luego seguí entre las demás casas, y en cada una se repetía aquella terrible escena. Solo encontré dos personas vivas, dos mujeres, una de ellas una anciana que se escondió durante las 24 horas pasadas sin un solo movimiento.

 Se encontraban 400 personas en el pueblo, 50 se escaparon de la carnicería, tres supervivieron a la carnicería, el resto fue degollado y tiroteado según ordenes de los jefes de la milicia, de la cual hay que resaltar su disciplina a la hora de acatar órdenes.

Volví a Jerusalén, me enzarcé con los de la Agencia Judía por no poder controlar, según ellos, a los 150 mujeres y hombres responsables de la matanza.

Fui a ver a los árabes, no conté nada de lo que vi, pero les dije que después de una visita relámpago al lugar pude constatar que había algunos muertos, me limité a preguntarles cómo podía enterrarlos y dónde. Me pidieron que fuese en un lugar que se pudiese distinguir fácilmente, así lo prometí. Pero al volver a Deir Yassin, los del Irgun estaban muy ariscos e intentaron impedir que me acercara al lugar y entendí rápidamente el por qué después de ver cuántos muertos había y el estado lamentable de los cadáveres, que estaban ya fuera de las casas, tendidos sobre las aceras de la calle principal. Pedí con determinación ser yo el que los enterrase; después de una discusión, empezaron a cavar una gran fosa en un pequeño jardín, era imposible verificar la identidad de los muertos, no llevaban palpes, pero les describí con todo los detalles, estimando las edades.

 Dos días después, se esfumaron los del Irgun del lugar y fueron reemplazados por el Haganá, y descubrimos varios lugares donde se acumuló sin ningún respeto otros cadáveres al aire libre.

 Dos hombres con portes respetables aparecieron en mi despacho, era el líder del Irgun y su ayudante, llevaban un texto que querían que yo se lo firmase, rezaba que había conseguido de ellos todo tipo de ayuda para hacer mi tarea, y finalmente que yo les agradecía su colaboración conmigo.

 No dudé en discutirles lo que me pedían, y me dijeron que si me importaba algo mi vida, tenía que firmar el texto de inmediato.

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