La pequeña Palestina de Uruguay
La localidad uruguaya de Chuy, en la frontera con Brasil, se ha convertido en refugio para la comunidad de inmigrantes palestinos.
Los palestinos manejan comercios y cuentan con instalaciones propias como un club social y una mezquita.
La pequeña ciudad se encuentra a 340 kilómetros de Montevideo, en el departamento costero de Rocha. La localidad consiste básicamente en una ancha avenida llena de comercios libres de impuestos. Un lado de la avenida pertenece a Uruguay, el otro a Brasil. Así que para cruzar de un país a otro, basta con recorrer los escasos 12 metros que separan una vereda de la otra.
En el lado uruguayo viven unas 14.000 personas, y en la zona brasileña, unas 6.200. En este lado de la calle es donde se encuentra la mayoría de los comercios palestinos, tiendas enormes atiborradas de las más variopintas mercancías. Sus propietarios se sientan en la calle para discutir el tema de actualidad. Conversan en árabe, aunque también hablan una mezcla de español y portugués, y beben mate, la bebida típica de Uruguay.
País nuevo, vida nueva
Fahed Ahmad, es uno de los palestinos propietarios de un enorme bazar de ropa y calzado. Nació en Cisjordania, pero lleva 25 años en Chuy. “No tengo pasaporte, no puedo regresar”, es lo primero que dice cuando habla de sus orígenes. Tanto él como sus hijos tienen nacionalidad brasileña, y su vida ha quedado para siempre instalada en una frontera.
La situación de otros habitantes de la zona es similar, como la de Esmat Omar, quien se dice “nacido y criado en Jerusalén”, pero con pasaporte brasileño y jordano.
Su familia es dueña del Supermercado Londres y de la tienda de ropa interior Free time. Muchos desconfían de la prensa y evitan hablar del conflicto en Gaza.
Hace unos meses llegó una familia huyendo del conflicto en Libia, nadie sabe muy bien por qué medios. El Gobierno uruguayo les brindó apoyo hasta que el padre consiguió trabajo en uno de los comercios de Chuy.
La ONG Servicio Ecuménico para la Dignidad Humana, que trabaja con la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) en Chuy, se ha ocupado de varios casos como éste.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo se fundó la comunidad palestina de Chuy, pero algunos evocan la llegada del primer inmigrante en 1955.
El boca a boca hizo el resto. Jamil Klait, estudiante universitario de 23 años, es hijo de un libanés y una uruguaya y forma parte de la tercera generación de inmigrantes en Chuy. Saluda en árabe a los vecinos con los que se va cruzando en la calle, aunque no domina totalmente el idioma. “La solidaridad es la marca de Chuy”, dice, donde hay “mucho intercambio cultural, una verdadera mezcla”.
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