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martes, 17 de agosto de 2021

Resonancias del inevitable descalabro occidental en Afganistán

Por Pablo Sapag M.

Los occidentales consideran que todas las poblaciones de eso que por intereses geopolíticos han venido a bautizar como “Gran Oriente Medio”, son idénticas. Por eso crecerá su miedo ante la movilización popular en Siria y otros escenarios.

No por anunciado desde el día uno de una invasión que se inició hace veinte años, el desastre occidental en Afganistán es menos relevante. La forma vertiginosa en la que se ha producido la toma del poder en Kabul por los talibanes y las imágenes de una huida vergonzante desde un aeropuerto sumido en el caos, lo dicen todo. Ha ocurrido apenas 48 horas después de que en Washington y otras capitales occidentales descartaran tales escenarios. Ello refleja no sólo el fracaso de su misión pretendidamente “civilizadora” sino la muy deficiente información con la que se han movido todos estos años en Afganistán y más allá.

El cuadro recuerda otros sonados fiascos. Los recientes de Iraq y Libia y el algo más lejano de Vietnam, en otro contexto y que Washington asumió en solitario. En Iraq comparte bochorno con un Reino Unido que desde su descalabro en la crisis del Canal de Suez en 1956 va a todas partes de la mano de su excolonia. Ahora en Afganistán, como antes en Libia, el dúo diluye su oprobio en el de la OTAN y en particular con el de los estados más activos en la misma.

Lo ocurrido viene a certificar el fin de la ansiada unilateralidad que se pretendió imponer al final de la guerra fría. Se intentó en contra del propio pueblo estadounidense, que por naturaleza cultural es rabiosamente aislacionista. En realidad, se hizo por las presiones del complejo militar-industrial de los EEUU y de unos indolentes europeos occidentales, acostumbrados desde el final de la Segunda Guerra Mundial a que la seguridad necesaria para desarrollar su exclusivista estado de bienestar la ponga Washington en solitario o a través del cascarón inoperante de la OTAN.

En Kabul todo eso ha terminado de saltar por los aires. El colapso es demasiado sonado, rápido e inapelable como para que pueda encubrirse en retiradas parciales, declaraciones tan grandilocuentes como vacías o desvíos de la atención con otros escenarios.

Si en 45 años EEUU no ha digerido el trauma de Vietnam, ni ese país ni sus aliados occidentales podrán sacudirse fácilmente el polvo afgano que ahora los deja a todos en evidencia.

Y lo anterior no es necesariamente negativo. Ofrece la posibilidad de consolidar un mundo multipolar en el que otros actores globales como Rusia y China y algunos más en cada una de las regiones del mundo puedan ofrecer alternativas menos engoladas, pero más realistas y efectivas a los problemas de seguridad, humanitarios o de gobernanza que se van presentando.

También demuestra que en otros escenarios ir de la mano de unos occidentales que fían todo a la tecnología militar, los resultados de corto plazo, una billetera timorata y los discursos culturales supremacistas, no conduce a nada.

En Siria, por ejemplo, el Gobierno y el Estado así lo entendieron desde mucho antes de la crisis que se inició en 2011, consolidando alianzas globales y regionales que han permitido salvaguardar un Estado infinitamente más efectivo que el afgano, el libio, el iraquí y otros muchos más.

Los enemigos locales del Estado sirio y sus patrones en la región, mientras, tuvieron como socios a los mismos occidentales que ahora huyen de Afganistán y que después de doparlos con financiación, cobertura político-diplomática, armas y yihadistas extranjeros los dejaron a su suerte en Homs, Alepo, Deir Ezzor o la Ghouta Oriental damascena. Quedó así en evidencia su total falta de arraigo entre la población multiconfesional y multiétnica siria, tan refractaria a experimentos radicales, machistas e iconoclastas como a vender una soberanía nacional que le costó siglos conseguir.

Huelga señalar que, si antes apenas asustó a nadie, a partir de ahora cualquier amenaza occidental de invasión de Siria resultará tan inverosímil como ridícula. Siria, más que nunca, podrá seguir con su hoja de ruta constitucional al margen de lo que se diga en Washington, Londres, París o Bruselas. La vacuidad de las admoniciones que majaderamente salen de esas capitales tiene su caja de resonancia en las fabulosas montañas afganas, tan impresionantes como una cordillera de Los Andes que nace en Venezuela.

En cuanto a los centenares de soldados estadounidenses y decenas de franceses que mantienen ilegalmente campamentos en el noreste de Siria, después de lo de Afganistán su salida es solo cuestión de un tiempo que se acelera. Como antes de Iraq, unas numéricamente insuficientes tropas occidentales, carentes de moral de combate y aisladas de los ciudadanos a los que representan, iniciaron su retirada de Afganistán cuando la presión popular local se les hizo insoportable.

En Siria esas manifestaciones contrarias a las tropas de ocupación y a sus aliados kurdo-turcos comenzaron ya hace varios meses. Y aunque Siria y Afganistán no tienen absolutamente nada que ver ni en términos culturales, sociales, étnicos, religiosos, políticos o institucionales, los occidentales ya han demostrado no darse por enterados. Por eso apoyaron a la muy reducida minoría islamista local –a la que pretendieron mayoría- e incluso llegaron a fantasear con la creación de un estado en toda regla para el autodenominado Estado Islámico.

Los occidentales consideran que todas las poblaciones de eso que por intereses geopolíticos han venido a bautizar como “Gran Oriente Medio”, son idénticas. Por eso crecerá su miedo ante la movilización popular en Siria y otros escenarios.

De Afganistán se fueron cuando por fin entendieron que el tema no se trataba de talibanes, que por otra parte no solo son un movimiento político-religioso radical, misógino y destructor de monumentos, sino una manifestación de la compleja realidad sociocultural afgana y, en particular, de la mayoría pastún. El tema iba esencialmente de resistencia a la ocupación.

Ya pasó en la época del Imperio británico y de la invasión por parte de la Unión Soviética, que a diferencia de EEUU si tenían voluntad férrea de seguir siendo lo que eran. Uno y otra desaparecieron. Si por la ya demostrada muy deficiente información que manejan los occidentales, consideran que los sirios y otros son como los afganos, aunque no lo sean, antes se irán de aquellos otros lugares en los que entraron ilegalmente.

Por otra parte, ahora los occidentales tendrán que hacerse cargo de los refugiados que ha dejado su incompetente actuación en Afganistán. Ya hay varios cientos de miles, sobre todo de afganos que colaboraron con el proyecto “civilizatorio” occidental y que ahora, con razón, les exigen que se hagan cargo de ellos y sus familias. Estos no podrán echarse al Egeo o al Mediterráneo porque Afganistán no tiene mar. Los tendrán que sacar de los hacinados campos de Pakistán, como el de Jalozai en Peshawar, ante la exigencia de unas ciudadanías occidentales abochornadas con el fiasco afgano y presas de un sentimiento de culpa que, sin embargo, jamás han tenido respecto a Siria y apenas frente a Iraq o Palestina.

Seguramente y sin reconocerlo, los occidentales por fin dejen de usar a los desplazados sirios como rehenes, su última carta para evitar la normalización total del país y la estabilización del Líbano, Jordania y toda la región. Su política internacional cortoplacista y low cost no concibe suficientes recursos para mantener a unos y a otros.

El “caos creativo” impulsado desde Washington y alentado por conveniencia o convicción desde Londres, Bruselas, París, Berlín, Ámsterdam o Madrid ha mostrado en Afganistán su verdadera faz. Siria siempre lo tuvo claro. Apostó por alianzas multilaterales y la cohesión interior de acuerdo a sólidos presupuestos sociales, culturales e ideológicos. Ello le permite estar bien posicionada para lo que viene después del terremoto afgano. Eso sí, asumiendo que el pueblo estadounidense no podrá liberarse fácilmente de las imposiciones del complejo industrial-militar de EEUU ni de la comodidad en la que han vivido los europeos fomentando desde el final de la segunda guerra mundial un poder unilateral que EEUU es incapaz de ejercer, tal vez porque es contrario a la propia esencia cultural del país.

Quizás eso explique tanto caos destructivo. Mientras se aclaran, conviene no olvidarlo.

 

 

► Pablo Sapag M. es investigador y Profesor Titular de Historia de la Propaganda, de la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense). Como periodista cubrió la invasión de Afganistán en 2001.

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