Cisjordania y el mundo en horas inciertas
Frente a la latente amenaza de más anexión y ocupación, la única certeza -derivada de la experiencia de más de un siglo- es que el pueblo de Palestina perpetuará el vínculo indisoluble con su Tierra y continuará su lucha.
Amenaza latente
En estos días en que la Humanidad se ve acechada por la pandemia del COVID 19, el pueblo de Palestina enfrenta, además, la amenaza de anexión de una nueva porción de su territorio-el treinta por ciento de la región de Cisjordania-en un proyecto expansionista que recientemente se ha puesto en pausa pero permanece latente en la voluntad de las autoridades de ocupación israelíes.
Por estos momentos, la arquitectura de una red de realidades en el territorio no se detiene; construida desde la ocupación total de Palestina en 1967 y a través del incesante asentamiento de colonias, es posible que la obra ilegal sea unificada integralmente al Estado de Israel.
Atravesamos horas inciertas, en las que el destino de 80.000 palestinas y palestinos se debate entre continuar habitando su territorio ancestral en calidad de pobladores bajo la autoridad de una potencia ocupante; ser desplazados internos, forzados a huir de su hogar para reubicarse en otras regiones del suelo natal; ser expulsados y engrosar los campamentos de refugiados, junto a más de seis millones de sus connacionales, en países vecinos; o ser compulsivamente incorporados/segregados en el Estado israelí, cuyo primer acto será desconocer su identidad nacional.
En estas jornadas presenciamos en tiempo real los actos de un proceso colonial en curso, en pleno siglo XXI; continuidad de un proyecto que comenzó hacia fines del siglo XIX y tuvo un hito fundamental en 1948, con la implantación de un Estado de Israel en suelo de Palestina.
En estos momentos vuelven a ensombrecerse los cielos de la Tierra Santa y las tinieblas de las jornadas más trágicas asoman nuevamente sobre las cabezas de un pueblo en resistencia, que enfrenta décadas de violación sistemática de sus derechos humanos.
Son tiempos de incertidumbre. Aquí, en Oriente Medio y en el mundo.
Enfrentar la pandemia del coronavirus es más difícil para unos colectivos sociales que para otros. Hay grupos que padecen una vulnerabilidad mayor, que antecede a la extensión de la epidemia y se agrava con ella. Estos sectores sobrellevan un sufrimiento causado por el sistema capitalista y sus procesos sociales de segregación y exclusión, cualquiera fuera el motivo que active los dispositivos de la discriminación.
El autóctono pueblo de Palestina conforma uno de esos colectivos.
Frondoso prontuario colonialista
El Estado de Israel tiene como principal antecedente la apropiación de espacios geográficos y el impulso a la migración de su población a partir del compromiso de una potencia imperial, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
Cierto es que la colonización comenzó décadas antes-la historiografía israelí la ubica en 1878, con la fundación de la colonia de Petaj Tikvá-y se intensificó tras el Congreso Sionista de 1905, cuando Palestina fue definida como el sitio para emplazar el Estado Judío. No obstante, fue la Declaración Balfour el texto que anticipó el actual Estado. En ese escrito de noviembre de 1917, el ministro de Relaciones Exteriores británico se dirigió al barón Lionel Walter Rothschild y por su intermedio a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda, comprometiendo el esfuerzo británico en la conformación de “un hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina.
Apenas un mes después, las fuerzas anglosajonas tomaron Jerusalén bajo la conducción del general Allenby, jefe de las fuerzas aliadas que controlaron la región, entonces bajo el Imperio Otomano.
Se iniciaban-de facto y luego por delegación de la Sociedad de las Naciones-tres décadas de Mandato Británico, durante los cuales el movimiento sionista conformó sus instituciones y su base demográfica, favorecido por el amparo de una fuerza imperial que oprimía a la población nativa.
El Estado de Israel no resultó el designio de la Resolución 181/47 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sino el producto de la conquista de Palestina. Tal normativa sólo consistía en una Recomendación, sin carácter vinculante y-por otra parte-nunca fue puesta a consideración de representación palestina alguna. Tampoco fue aceptada por el movimiento sionista, que dirigía una población minoritaria, usufructuaria-por entonces- de un seis por ciento (6%) de la geografía local. Su Estado se implantó sobre el setenta y dos por ciento (72%) de aquella; habiéndole correspondido el cincuenta y cuatro por ciento (54%), de acuerdo a la Resolución del organismo internacional que esgrime como fuente de su legitimidad. Esto sin referir a las disposiciones que impedían la transferencia poblacional o la unión económica y aduanera entre el Estado Judío y el Estado Árabe,-así denominados- por citar sólo algunas.
Aunque dicha normativa no resultara de cumplimiento obligatorio y no fuera respetada por las partes, las Naciones Unidas admitieron al Estado israelí en su seno un año después de su unilateral instauración; ratificando la conquista bélica-tras la primera guerra árabe-israelí- como fuente de derecho y contrariando su Carta Fundacional.
Años más tarde, tras nuevas conflagraciones con Estados vecinos-Egipto, Siria, Jordania e Irak-el Estado de Israel ocupó la totalidad de Palestina y se extendió hacia regiones de países contendientes, retirándose luego de unas y anexando otras, con aval de los imperialismo estadounidense y sus principales aliados.
En todo este tiempo-pese a las negociaciones de paz emprendidas a inicios de la década de los noventa y cuya máxima expresión fueron los Acuerdos de Oslo-los gobiernos israelíes ejecutaron un proceso de colonización por implantación de población foránea y expulsión de nativos; utilizando métodos que configuran un genocidio progresivo, tal como lo define el prestigioso historiador israelí Ilan Pappé.
Lo referido se desarrolló durante décadas, ante la pasividad y/o la impotencia de la comunidad internacional que ha consentido el incumplimiento de sus leyes y el estado de excepción permanente.
El llamado “Acuerdo del Siglo”, propuesto por el presidente de los Estados Unidos Donald Trump y dado a conocer junto al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, en enero de 2020-en momentos en que también tomaba estado público la pandemia-consiste en la versión actualizada de la Declaración Balfour.
Tiempos inciertos
Decíamos que son tiempos inciertos. Millones de personas en el planeta sobreviven en condiciones de enorme riesgo social. Se trata de poblaciones que padecen cotidianas situaciones de confinamiento. Al respecto, nada novedoso conlleva el coronavirus para ellas; aunque tal vez permita un ejercicio de empatía a quienes despiertan ante la alarma que les genera enfrentar su vulnerabilidad.
La pandemia pone en evidencia la necesidad de crear nuevos modos de producir, de distribuir, de consumir y de convivir en el mundo. Durante estos meses-no sin profundas contradicciones-hemos experimentado como Humanidad la necesidad de adaptarnos a nuevas formas de vida, atendiendo a la necesidad de preservar el bien común.
“Nadie se salva en soledad” parece ser un lema que toma fuerza y socava las bases del discurso civilizatorio neoliberal. Si queda claro que nuestra suerte se conjuga en el destino del conjunto, nada de lo que suceda en la Comunidad Humana puede resultarnos ajeno.
El COVID 19 expone con crudeza las desigualdades sociales y la necesidad de superarlas; pero también nos iguala en el temor ante su propagación masiva y sus catastróficas consecuencias.
El pueblo de Palestina-en simultáneo-padece y resiste hace décadas a su propia catástrofe-la Nakba-que implica la ocupación de su tierra, el desarraigo de la mitad de sus integrantes, el encarcelamiento y asesinato de miles de sus hijas e hijos y el intento de destrucción de su identidad nacional. Esto es, hace largo tiempo sufre y se rebela ante la Nakba, contracara oculta del judeocidio llevado a cabo por el nazismo en Europa.
Por estas horas, el futuro del pueblo palestino está en juego. En parte, depende de la resolución del proyecto colonial que expresa el Estado israelí; en parte de la sobrada capacidad palestina de resistencia y del apoyo que reciba de la comunidad internacional.
Si la anexión parcial de Cisjordania se llevara a cabo, la creación del Estado palestino se tornará casi un imposible. En ese caso, la lucha se centraría en el reconocimiento de la igualdad de los derechos fundamentales para israelíes y palestinos en un único estado democrático.
Estas alternativas no son semejantes. No será igual si el pueblo palestino continúa siendo forzadamente absorbido en el Estado de Israel, en el marco de un régimen de segregación y exclusión social o si logra configurar un Estado formal, aunque sea en un muy pequeño, fragmentado y cercado territorio de su Patria Histórica.
Ambos escenarios parecen inalcanzables; no son justos ni ideales, aunque tampoco similares.
La única certeza-derivada de la experiencia de más de un siglo-es que el pueblo de Palestina perpetuará el vínculo indisoluble con su Tierra y continuará su lucha.
Y si el principio de que “nadie se salva en soledad” no consistiera en una mera idea extraordinaria, de épocas de pandemia; si esos nuevos modos de convivir fueran (re)creados y el bien común preservado de la voracidad de los imperios del capitalismo occidental-que tanto daño han causado al pueblo de Palestina y al conjunto de los pueblos-entonces si se avecinarán nuevos y buenos tiempos.
Aquí, en Oriente Medio y en el mundo.
Nota: Gabriel Sivinian es Licenciado y Profesor de Sociología (UBA), investigador, docente y director de la Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said (FILO:UBA).
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